CREATIVIDAD
Tomar y Dar
(Leer y Escribir)
Me
gusta leer. Me gusta escribir.
Escribir es un arte, leer también, porque cuando
lees, traduces pensamientos y sensaciones de otras personas y, empatizando, los
injertas en los tuyos y los aceptas y compartes… Si no sucede así “les das de
lado”, los rechazas y creas tus propios pensamientos.
¿No
existe el pensamiento? ¿Solo existe el miedo?
Somos todo: pensamiento y miedo.
Si
se va el pensamiento se va el ser…
Quedan los dientes que ya no muerden
Quedan las uñas que ya no arañan
Queda un corazón ¿que ya no late…?
Si
el pensamiento “ha volado”, el ser no es.
Dientes. Uñas. Corazón: no sirven para nada.
El
miedo es una consecuencia del pensamiento.
¿Es el más valiente, el que más miedo tiene?
Se puede tener miedo a conocerse, a encontrarse y
no gustarse. Miedo a tu propio “YO”.
Por
el miedo, el “homo sapiens” pensó en el fuego. Luego, después, se pudo relajar.
Las bestias del bosque ya no lo atacaban. Estaba
más seguro.
A
Borges le gustaba mucho leer. Se imaginaba el cielo como una gran biblioteca.
En el suelo y “boca abajo”, pasaba horas y horas leyendo. Se encuentra,
escondido, en cada uno de sus cuentos.
Se le siente “VIVO”.
Cervantes
nos enseñó la dualidad de lo sutil y lo ordinario. De la locura y la cordura…
Sus metáforas que, antaño, nos hicieron reír -¡pobres
jóvenes inconscientes!-, ahora, a veces,
nos hacen llorar. ¿Será porque se repite, en nuestras propias personas, alguna
de sus historias?
Quijano
ayuda a todos: “desfaciendo entuertos”. Sancho ayuda a Quijano, que no se deja
ayudar, se resiste. Quiere ser “ÉL” y no es consciente de que alguna de sus
neuronas, le patinan. No admite intermediarios.
Se sabe lleno de enemigos, pero tiene su fuerza:
“Ladran
Sancho, luego cabalgamos…”
Con, de, desde, bajo, sobre, contra…
A
pesar de los otros (entre los que se
encuentran nuestros miedos), tenemos que cabalgar, podemos cabalgar. Debemos
cabalgar.
Nosotros somos “los otros” para los demás.
Miedo,
pensamiento, acción… ¿Herir sensibilidades?
Que te hieran a ti ¿te gusta?
“Pies de plomo, pies de plomo” se inventaron los pies de plomo que quiere decir: despaaaacio,
despaaaaacio, más despaaaaaaaacio…
Tenemos
a Juan Ramón Jiménez que nos dice en unos
versos de sus “ETERNIDADES”:
XXXVI
¡No corras, ve despacio,
que adonde tienes que ir,
es a ti solo!
¡Ve despacio, no corras,
que el niño de tu yo,
recién nacido,
eterno,
no te puede seguir!
Esta
filosofía poética y bella, ojalá fuese presente. Pero no: a los
poetas-filósofos, filósofos-poetas, se les archiva y todavía no se ha puesto en
práctica la filosofía de Aristóteles (384-322 a. C.), cuando nos recomienda
desarrollar las virtudes que se derivan de la Ética…
En nuestra celeste Biblioteca, no nos puede faltar
“GABO”. Gabriel García Márquez: un hombre bueno, sencillo. Ve, transmite. Nos
sorprende.
La
soledad, “los olvidados”. Los olvidados a los que miramos “de reojo”.
Los olvidados que no queremos ver —no nos
interesan--. Los olvidados que son mayoría —“YO”, no quiero estar entre
ellos--.
Los olvidados que lograron un “Premio Nobel”, ahí siguen: ¡OLVIDADOS!
“Porque
las estirpes condenadas a cien años de soledad, no tenían una segunda oportunidad
sobre la tierra”.
¿Por
qué escribo? ¿Por qué me gusta escribir?
Porque
empecé a ir al “cole” a los dos
años, y creo que puedo atreverme a decir alguna cosa, como por ejemplo que:
Pablito, un niño de seis años, se encontraba
muy feliz, con su “Diplodocus”, que encontró en la cocina, comiéndose una hoja
de lechuga que su madre quería lavar…
La
madre de Pablo, llegó del mercado y empezó a colocar la fruta en su sitio,
llenó un recipiente de agua para lavar y
refrescar media lechuga para la ensalada.
Él, Pablito, estaba a su lado y vio como cuatro cuernecillos sobresalían por
debajo de una hoja de la lechuga. Le dio la vuelta y era un pintoresco caracol,
al que pudo llamar “garbancito” porque era muy pequeñito, pero para que su “mami” riera, le gritó: ¡Diplodocus,
Diplodocus...!
Pablito
admiraba a los dinosaurios, pero consideró que el pequeño caracol, era más
asequible… Dejó que se deslizara entre sus dedos, vertiendo en ellos su baba…:
--
Diplodocus, ¿qué estás haciendo…? ¡Me estás poniendo perdido!
Siguió
su interrogatorio: --Diplodocus, ¿Por qué me miras tanto?
¿Te parezco simpático acaso?, ¿te gusto? ¿Quieres
jugar conmigo?
Y…
entonces ¡oh, milagro! El caracolillo, sacó y metió repetidas veces sus
cuernecillos, como en señal de aprobación y Pablo se sintió muy feliz de
gustarle al amigo que le había llegado como una sorpresa…
Esta
historia le ha podido pasar a Pablito de seis años, y a una persona adulta -a
todas las personas a las que nos queda algo de ternura-.
Se puede cerrar con un final feliz, abierto, o
triste.
Me
gusta escribir, porque puedo decidir…: A veces me dejo influir por mi estado
anímico, por los acontecimientos del momento
y porque algo que he leído me ha motivado a hacerlo, para aprobarlo, reprobarlo
o acoplar mis propias conclusiones. En
frío: repaso y rectifico
De
cualquier modo, considero más importante leer que escribir. Son necesidades
complementarias y ambas nos enriquecen, porque con la primera conocemos a los
demás y a veces nos vemos reflejados. Con escribir, nos vamos conociendo más a
nosotros mismos y hacemos que nos conozcan los demás y también se hallen.
Alicante 27/11/2014
Mª Jesús Ortega Torres
(Este tema lo presenté como primer trabajo en el taller de escritura creativa, que imparte en la Universidad de Alicante, el admirable y cercano profesor argentino, Mariano Catoni).