NUESTRO OMBLIGO
(Hojas de ensayo)
“Toda la desdicha de los hombres proviene
de que no viven en el mundo, sino en su mundo”
HERÁCLITO
Creo
que esta frase que precede a mi reflexión y que he encontrado en un libro de
cuentos “ZEN”, pequeño en extensión pero grande en enseñanzas, se puede
desarrollar y puede dar para mucho, y ahondando en el pensamiento de quienes
nos han antecedido y con las actuales circunstancias, también puede ayudarnos.
“No
vivir en el mundo”, es sacudir de nosotros las responsabilidades a las que,
desde que empezamos a caminar solos en él, estamos obligados desde nuestro
respeto a nosotros mismos y hacia el que debemos a los demás.
Si
viviéramos en el mundo en formación continuada, estaríamos cumpliendo con el respeto a nosotros mismos, y si ese
conocimiento somos capaces de transmitirlo, tendríamos el respeto a los demás,
aunque “respeto” con esta acepción, no se haya abierto a lo que estamos
acostumbrados.
Ya
sé que respetarse a sí mismos, consiste en ser, o al menos tratar de ser,
consecuente con lo que se piensa. Aplicado desde nuestros sentimientos y hechos
hacia los demás, el respeto nos haría aceptarles, tanto si los otros valoran
nuestros criterios y los aplauden o si
hacen lo contrario. A nosotros nos cabría el deber de aceptar ideas contrarias
a las nuestras, aunque aceptar no es sinónimo de compartir.
¿Para
qué sirve aceptar y no compartir?: Para respetar. Significaría que aceptamos
que nuestra pluralidad, no nos impida ver al otro que tenemos enfrente,
escucharle mostrándonos sus ideas y que al intercambiarlas con las nuestras, se
forme un diálogo, que una vez establecido, puede tener trascendencia o no,
pero siempre debe ayudar a cada parte a
reafirmarnos y así poder superarnos. A veces se llegan a fundir criterios
distintos después de las conclusiones.
No
estamos acostumbrados a dialogar. Esa falta de costumbre nos hace peores en
todos los sentidos: No podremos crecer adecuadamente, si no nos conocemos y no
nos proyectamos, por tanto, la falta de diálogo nos hace peores en el sentido
individual y en el colectivo. Nuestra riqueza, para nosotros solos, no es
riqueza, se convierte en egoísmo. Nos tenemos que enseñar a dar y también a
recibir… Dar es muy importante, porque dando se reciben a veces, las
influencias que pueden ejercer nuestros
pensamientos en los demás y nos hacen cambiar para un bien común. Eso es muy
bueno. Las aportaciones de los otros, nos deben abrir a nuevos criterios que
nos llevarán a compartirlos o a reafirmar
los nuestros.
Creo
que en cualquier parte de nuestro mundo, hay personas que se sienten culpables
por no haber dado lo suficiente, y esa culpabilidad, consciente o
inconscientemente, puede generar enfermedades psicosomáticas: Nuestro yo puede
dar o rechazar dar, pero todo queda en nuestro disco duro. Más tarde o más
temprano, una pulsión más fuerte que otra, lo hará salir y se manifestará.
Hay
etapas en la vida, en que creo que el egocentrismo es mayor. Etapas extremas y
debidas a una necesidad impuesta, las tenemos en la infancia y en la senectud,
ya que en ambas etapas hay una necesidad mayor de los demás, en la especie
humana. En ambos periodos esta necesidad, se vuelve egoísta y tanto el niño
como el anciano, suelen llamar más de lo que necesitan. En la etapa intermedia
o de madurez, también se da, pero el adulto que ha crecido sano y mentalmente
capacitado, con su base de conocimientos y su empatía, se puede librar de
mirarse continuamente, cual “Narciso” su rostro y percatarse de lo bello que es
compartir, con todo lo que tiene que dar, enseñando, y todo lo que le queda por
recibir, aprendiendo.
Durante
nuestra infancia, algo o bastante desvalidos, necesitamos y buscamos a los
adultos para que nos enseñen, orienten y apoyen o corrijan. Es nuestro
aprendizaje. En la adolescencia nos
queremos desprender de golpe del cordón umbilical y se emprende la lucha por
ser “nosotros mismos”. Protestamos por todo, nos revelamos. Ninguna orientación
nos viene bien y tropezamos muchas veces. Es en la adolescencia cuando nuestros progenitores y educadores han
de tener más “mano izquierda” e insinuar y sugerir, sin órdenes imperiosas.
El
escritor y premio Nobel alemán Heinrich Böll (1917-1985), en su novela
“Opiniones de un payaso”, dice por boca
del protagonista que: “entre padres e hijos la perplejidad, parece ser la única
posibilidad de comprensión”. Creo que es verdad y se hace sentencia este
pensamiento, ya que la poca experiencia del joven adolescente, no da para
comprender las razones de sus padres y por otro lado, los padres, parecen haber
olvidado sus “pinitos” en la vida adulta, sus deseos de ser escuchados y
respetados y sus necesidades, distintas, en todos los sentidos, a su etapa como
infantes.
A
los padres les toca moderar sin estridencias, a pesar de esa rebeldía impuesta
por un cambio con desconcierto psicológico, cambio físico, hormonal, de
ambiente y de tantos y tantos “nuevos descubrimientos”. Es verdad que no hay
escuela de padres. La mejor escuela es nuestro propio hogar. Las enseñanzas que
recibieron nuestros padres, son su experiencia y que con ella nos tuvieron que
educar y nos educaron. Muchos padres supieron obviar, de la educación de sus
hijos, lo que a ellos les molestó y con
lo que tuvieron que transigir porque sufrieron una educación dogmática e igual
para todos los vástagos. Esa experiencia les sirvió para educarles mejor y así,
de modo individual, hacer resaltar los valores personales de cada uno de sus
hijos y hacerlos más seguros, desarrollándose mejor su crecimiento, con una
educación más flexible. Cada uno de los hijos, somos un mundo distinto, tan
importante y único como las rayas de la mano. No se puede medir a todos con la
misma vara, se tiene que cuidar cada personalidad, peculiar y única de cada uno
y llevarles a un desarrollo que les permita ser ellos mismos sin olvidar que
están en una sociedad y que los “otros”, son parte importante de ella también. .
Nuestros
padres tienen mucha parte en nuestra formación como ciudadanos del mundo y en
el respeto a los demás. En estas premisas encontraremos nuestra independencia y
nuestro posterior compromiso, además de nuestra fuerza interior y razón de ser.
Nuestros
ancianos, también tienen, por sus necesidades forzosas y particulares, que
mirar su propio ombligo. A veces, desde nuestra perspectiva particular y desde
fuera, lo solemos apreciar como un “gran egoísmo”, pero no lo es, aunque nos lo
parezca. Pasa que el anciano se defiende, quiere “seguir siendo” y ya ha
percibido que ha dejado de ser útil a sus más allegados y no quiere ser
catalogado como un trasto viejo que no sirve para nada y al que se arrumba en
un rincón; si puede ser, en el más oscuro de la casa para que no se vea.
En
el camino hacia la ancianidad, se van perdiendo facultades, tanto intelectuales
como motoras. Los sentidos no son tan agudos: se suele perder vista, oído sobre
todo y el bloqueo o deterioro en el terreno cognitivo y de relación se produce
e incrementa con demasiada frecuencia y rapidez. Por regla general, queda el
sentimiento, y a pesar de que se hace evidente cada día, el deterioro en ellos,
tanto físico como mental, notan si el cariño que ellos transmiten es recíproco
hacia ellos. Hay en muchas familias un respeto
hacia sus mayores digno de alabanza y a estos se les contempla con verdadera
adoración y orgullo, transmitiendo esta
veneración de padres a hijos. Todo lo
copiamos…, y según lo hayamos recibido,
así, también se transmiten los malos tratos o el desdén con el que se trata a
veces a los ancianos. Desdén que es traducido, enseguida por ellos, como
desprecio, siendo algo que les duele profundamente.
A
veces, no se sabe qué es peor si el anciano que tiene familia y es despreciado
o ignorado por ella o quién se queda totalmente solo porque han muerto sus allegados y no teniendo a nadie, tiene que
recurrir a acompañantes a domicilio, en donde se cronometran las horas de
servicio y se pagan tajantemente. Ellos comprenden que debe ser algo aburrido,
contemplar siempre el mismo paisaje de anciano o anciana evocadora constante de
su juventud, su familia ya desaparecida o de sus amigos de travesuras, pero en
estos casos están muy necesitados de empatía y sobre todo de una muestra de
cariño de vez en cuando,
Cuando se acercan amigos a visitarlos, se les
nota su alegría al recibirles, su deseo de que no se vayan se percibe, sobre
todo, cuando llega el momento de la marcha. Su vida es evocadora hacia las
personas que conocieron y quisieron y ya no están y quieren seguir contando sus
vivencias felices, evadiéndose, por un tiempo, de esa soledad capaz de
atormentar a cualquiera. Se les advierte, ese “puntito” egoísta, de quien te
atrapa para no soltarte, contándote sus añoranzas.
Si
van a residencias estatales para
ancianos, en donde se guarda un orden de preferencia para entrar y son
atendidos por funcionarios y personal especializado, o en el caso de residencias
particulares, en que son atendidos por personal especializado, con bastante
diferencia en la atención, pues está, dicha atención, pagada con creces,
tampoco suelen encontrar la felicidad o un descanso que merecen y les convenza.
Las residencias para ancianos, están masificadas, y habiendo poco personal para
atenderlos, lo suelen hacer con algo de retraso en todos los requerimientos.
En
cualquiera de estos casos, el anciano que busca algo de compañía, cariño y
dedicación, raramente los encuentra en
lo que yo llamo “el cementerio de los elefantes”. Se da la circunstancia, de
que puede congeniar con algún compañero de residencia afín, pero cuando no es
así, lo pasa muy mal, coge depresiones que son tratadas con pastillas que le tienen todo el día durmiendo o sedado, y se siente vegetar. Los
ancianos comparten el mismo ámbito, sea cual sea la índole de su dolencia, y
los hay que gritan continuamente, otros
hay que duermen en sus sillas o sillones atados para que no caigan, y también
encontramos a quienes forman grupos para jugar a las cartas que parecen más contentos y
resignados. La pequeña biblioteca de las residencias de ancianos, se suele
visitar muy poco. En estas condiciones si se les notan unos ruegos más
vehementes, simplemente están queriendo
llamar la atención y luchando por
unos derechos que se han visto mermados al adquirir su nueva condición de
ancianos. Ese “mirarse el ombligo” en su
estatus, es una defensa hacia una desdicha que les va a acompañar, ya que el
cariño de los suyos, o lo han perdido, o está dosificado en un horario de
visita que a veces alegra, pero otras permanece en la espera y en el vacío.
La
ancianidad, etapa de la vida, a la que todos esperamos arribar, con nuestras
facultades plenas y sin mermar, tiene como denominador común con la
infancia-adolescencia y la edad adulta, la necesidad de apoyo y ya que es la
célula principal de la sociedad, la
familia, de esta va a depender su mejor o peor evolución. De su uniformidad y seguridad
dependerá su continuidad.
El
conocernos mejor nos ayuda en el plano personal y social. El cambiar patrones
que nos perjudicaron o no nos convencieron a nosotros, puede cambiar la
familia, la sociedad y hasta el mundo. Es un modo de transmitir que daría sus
frutos, tan solo nos haría falta ajustar y poner en práctica lo que, es seguro,
nos vendría bien a todos.
Documentación basada en experiencias profesionales y personales
SANTURDE DE RIOJA 9/09/015
Mª Jesús Ortega Torres