miércoles, 9 de septiembre de 2015

NUESTRO OMBLIGO (Hojas de ensayo)




 NUESTRO  OMBLIGO

 (Hojas de ensayo)

“Toda la desdicha de los  hombres proviene
de que no viven en el mundo, sino en su mundo”
                         HERÁCLITO

       Creo que esta frase que precede a mi reflexión y que he encontrado en un libro de cuentos “ZEN”, pequeño en extensión pero grande en enseñanzas, se puede desarrollar y puede dar para mucho, y ahondando en el pensamiento de quienes nos han antecedido y con las actuales circunstancias, también puede ayudarnos.
         “No vivir en el mundo”, es sacudir de nosotros las responsabilidades a las que, desde que empezamos a caminar solos en él, estamos obligados desde nuestro respeto a nosotros mismos y hacia el que debemos a los demás.
         Si viviéramos en el mundo en formación continuada, estaríamos cumpliendo con  el respeto a nosotros mismos, y si ese conocimiento somos capaces de transmitirlo, tendríamos el respeto a los demás, aunque “respeto” con esta acepción, no se haya abierto a lo que estamos acostumbrados.
         Ya sé que respetarse a sí mismos, consiste en ser, o al menos tratar de ser, consecuente con lo que se piensa. Aplicado desde nuestros sentimientos y hechos hacia los demás, el respeto nos haría aceptarles, tanto si los otros valoran nuestros criterios y los aplauden  o si hacen lo contrario. A nosotros nos cabría el deber de aceptar ideas contrarias a las nuestras, aunque aceptar no es sinónimo de compartir.
         ¿Para qué sirve aceptar y no compartir?: Para respetar. Significaría que aceptamos que nuestra pluralidad, no nos impida ver al otro que tenemos enfrente, escucharle mostrándonos sus ideas y que al intercambiarlas con las nuestras, se forme un diálogo, que una vez establecido, puede tener trascendencia o no, pero  siempre debe ayudar a cada parte a reafirmarnos y así poder superarnos. A veces se llegan a fundir criterios distintos después de las conclusiones.
         No estamos acostumbrados a dialogar. Esa falta de costumbre nos hace peores en todos los sentidos: No podremos crecer adecuadamente, si no nos conocemos y no nos proyectamos, por tanto, la falta de diálogo nos hace peores en el sentido individual y en el colectivo. Nuestra riqueza, para nosotros solos, no es riqueza, se convierte en egoísmo. Nos tenemos que enseñar a dar y también a recibir… Dar es muy importante, porque dando se reciben a veces, las influencias que pueden ejercer  nuestros pensamientos en los demás y nos hacen cambiar para un bien común. Eso es muy bueno. Las aportaciones de los otros, nos deben abrir a nuevos criterios que nos llevarán a  compartirlos o a reafirmar los nuestros.
         Creo que en cualquier parte de nuestro mundo, hay personas que se sienten culpables por no haber dado lo suficiente, y esa culpabilidad, consciente o inconscientemente, puede generar enfermedades psicosomáticas: Nuestro yo puede dar o rechazar dar, pero todo queda en nuestro disco duro. Más tarde o más temprano, una pulsión más fuerte que otra, lo hará salir y se manifestará.
         Hay etapas en la vida, en que creo que el egocentrismo es mayor. Etapas extremas y debidas a una necesidad impuesta, las tenemos en la infancia y en la senectud, ya que en ambas etapas hay una necesidad mayor de los demás, en la especie humana. En ambos periodos esta necesidad, se vuelve egoísta y tanto el niño como el anciano, suelen llamar más de lo que necesitan. En la etapa intermedia o de madurez, también se da, pero el adulto que ha crecido sano y mentalmente capacitado, con su base de conocimientos y su empatía, se puede librar de mirarse continuamente, cual “Narciso” su rostro y percatarse de lo bello que es compartir, con todo lo que tiene que dar, enseñando, y todo lo que le queda por recibir, aprendiendo.
         Durante nuestra infancia, algo o bastante desvalidos, necesitamos y buscamos a los adultos para que nos enseñen, orienten y apoyen o corrijan. Es nuestro aprendizaje. En  la adolescencia nos queremos desprender de golpe del cordón umbilical y se emprende la lucha por ser “nosotros mismos”. Protestamos por todo, nos revelamos. Ninguna orientación nos viene bien y tropezamos muchas veces. Es en la adolescencia  cuando nuestros progenitores y educadores han de tener más “mano izquierda” e insinuar y sugerir, sin órdenes imperiosas.
         El escritor y premio Nobel alemán Heinrich Böll (1917-1985), en su novela “Opiniones de un payaso”,  dice por boca del protagonista que: “entre padres e hijos la perplejidad, parece ser la única posibilidad de comprensión”. Creo que es verdad y se hace sentencia este pensamiento, ya que la poca experiencia del joven adolescente, no da para comprender las razones de sus padres y por otro lado, los padres, parecen haber olvidado sus “pinitos” en la vida adulta, sus deseos de ser escuchados y respetados y sus necesidades, distintas, en todos los sentidos, a su etapa como infantes.
         A los padres les toca moderar sin estridencias, a pesar de esa rebeldía impuesta por un cambio con desconcierto psicológico, cambio físico, hormonal, de ambiente y de tantos y tantos “nuevos descubrimientos”. Es verdad que no hay escuela de padres. La mejor escuela es nuestro propio hogar. Las enseñanzas que recibieron nuestros padres, son su experiencia y que con ella nos tuvieron que educar y nos educaron. Muchos padres supieron obviar, de la educación de sus hijos, lo que a ellos  les molestó y con lo que tuvieron que transigir porque sufrieron una educación dogmática e igual para todos los vástagos. Esa experiencia les sirvió para educarles mejor y así, de modo individual, hacer resaltar los valores personales de cada uno de sus hijos y hacerlos más seguros, desarrollándose mejor su crecimiento, con una educación más flexible. Cada uno de los hijos, somos un mundo distinto, tan importante y único como las rayas de la mano. No se puede medir a todos con la misma vara, se tiene que cuidar cada personalidad, peculiar y única de cada uno y llevarles a un desarrollo que les permita ser ellos mismos sin olvidar que están en una sociedad y que los “otros”, son parte importante de ella también. .
         Nuestros padres tienen mucha parte en nuestra formación como ciudadanos del mundo y en el respeto a los demás. En estas premisas encontraremos nuestra independencia y nuestro posterior compromiso, además de nuestra fuerza interior y razón de ser.
         Nuestros ancianos, también tienen, por sus necesidades forzosas y particulares, que mirar su propio ombligo. A veces, desde nuestra perspectiva particular y desde fuera, lo solemos apreciar como un “gran egoísmo”, pero no lo es, aunque nos lo parezca. Pasa que el anciano se defiende, quiere “seguir siendo” y ya ha percibido que ha dejado de ser útil a sus más allegados y no quiere ser catalogado como un trasto viejo que no sirve para nada y al que se arrumba en un rincón; si puede ser, en el más oscuro de la casa para que no se vea.
         En el camino hacia la ancianidad, se van perdiendo facultades, tanto intelectuales como motoras. Los sentidos no son tan agudos: se suele perder vista, oído sobre todo y el bloqueo o deterioro en el terreno cognitivo y de relación se produce e incrementa con demasiada frecuencia y rapidez. Por regla general, queda el sentimiento, y a pesar de que se hace evidente cada día, el deterioro en ellos, tanto físico como mental, notan si el cariño que ellos transmiten es recíproco
hacia ellos. Hay en muchas familias un respeto hacia sus mayores digno de alabanza y a estos se les contempla con verdadera adoración y  orgullo, transmitiendo esta veneración de padres a hijos. Todo  lo copiamos…, y según  lo hayamos recibido, así, también se transmiten los malos tratos o el desdén con el que se trata a veces a los ancianos. Desdén que es traducido, enseguida por ellos, como desprecio, siendo algo que les duele profundamente.
         A veces, no se sabe qué es peor si el anciano que tiene familia y es despreciado o ignorado por ella o quién se queda totalmente solo porque han muerto sus  allegados y no teniendo a nadie, tiene que recurrir a acompañantes a domicilio, en donde se cronometran las horas de servicio y se pagan tajantemente. Ellos comprenden que debe ser algo aburrido, contemplar siempre el mismo paisaje de anciano o anciana evocadora constante de su juventud, su familia ya desaparecida o de sus amigos de travesuras, pero en estos casos están muy necesitados de empatía y sobre todo de una muestra de cariño de vez en cuando,
          Cuando se acercan amigos a visitarlos, se les nota su alegría al recibirles, su deseo de que no se vayan se percibe, sobre todo, cuando llega el momento de la marcha. Su vida es evocadora hacia las personas que conocieron y quisieron y ya no están y quieren seguir contando sus vivencias felices, evadiéndose, por un tiempo, de esa soledad capaz de atormentar a cualquiera. Se les advierte, ese “puntito” egoísta, de quien te atrapa para no soltarte, contándote sus añoranzas.
         Si van a residencias estatales  para ancianos, en donde se guarda un orden de preferencia para entrar y son atendidos por funcionarios y personal especializado, o en el caso de residencias particulares, en que son atendidos por personal especializado, con bastante diferencia en la atención, pues está, dicha atención, pagada con creces, tampoco suelen encontrar la felicidad o un descanso que merecen y les convenza. Las residencias para ancianos, están masificadas, y habiendo poco personal para atenderlos, lo suelen hacer con algo de retraso en todos  los requerimientos.
         En cualquiera de estos casos, el anciano que busca algo de compañía, cariño y dedicación, raramente  los encuentra en lo que yo llamo “el cementerio de los elefantes”. Se da la circunstancia, de que puede congeniar con algún compañero de residencia afín, pero cuando no es así, lo pasa muy mal, coge depresiones que son tratadas con pastillas  que le tienen todo el día  durmiendo o sedado, y se siente vegetar. Los ancianos comparten el mismo ámbito, sea cual sea la índole de su dolencia, y los hay  que gritan continuamente, otros hay que duermen en sus sillas o sillones atados para que no caigan, y también encontramos a quienes forman grupos para jugar a  las cartas que parecen más contentos y resignados. La pequeña biblioteca de las residencias de ancianos, se suele visitar muy poco. En estas condiciones si se les notan unos ruegos más vehementes, simplemente están queriendo  llamar  la atención y luchando por unos derechos que se han visto mermados al adquirir su nueva condición de ancianos. Ese “mirarse el  ombligo” en su estatus, es una defensa hacia una desdicha que les va a acompañar, ya que el cariño de los suyos, o lo han perdido, o está dosificado en un horario de visita que a veces alegra, pero otras permanece en la espera y en el vacío.
         La ancianidad, etapa de la vida, a la que todos esperamos arribar, con nuestras facultades plenas y sin mermar, tiene como denominador común con la infancia-adolescencia y la edad adulta, la necesidad de apoyo y ya que es la célula principal de  la sociedad, la familia, de esta va a depender su mejor o peor evolución. De su uniformidad y seguridad dependerá su continuidad.
         El conocernos mejor nos ayuda en el plano personal y social. El cambiar patrones que nos perjudicaron o no nos convencieron a nosotros, puede cambiar la familia, la sociedad y hasta el mundo. Es un modo de transmitir que daría sus frutos, tan solo nos haría falta ajustar y poner en práctica lo que, es seguro, nos vendría bien a todos.

Documentación basada en experiencias profesionales y personales

SANTURDE DE RIOJA 9/09/015
Mª Jesús Ortega Torres