lunes, 4 de septiembre de 2017

BREVE SEMBLANZA de FRANCISCO de QUEVEDO y POEMA







BREVE SEMBLANZA de FRANCISCO de QUEVEDO

y

POEMA


            En Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos, tenemos a un escritor que fue grande entre los grandes ya que, su condición natural de saber, estuvo acompañada por una sagaz inteligencia, satírica, atrevida, que le ayudó a ser muy preciso en sus juicios. Nacido en Madrid el día catorce de Septiembre del año 1580, su muerte aconteció en Villanueva de los Infantes (Ciudad Real) el día ocho de Septiembre de 1645, —dentro de unos días se cumplirán 372 años de su muerte—. De su poema “Morirás”, sus primeros versos nos dicen:

“Fuera verdad entera si dijeras has muerto y mueres; lo que pasó lo tiene la muerte, lo que pasa lo va llevando. Morirás. Desde que nací lo sé, por eso lo espero y no lo temo. Morirás. No dices bien: di que acabaré de morir y acertarás, pues con la vida empecé la muerte. Morirás. Me dices lo que sé y callas lo que no sé, que es el cuándo. Morirás. Con todos hablas y todos te sacarán verdadero y tu vida a ti propio. Morirás. Si he vivido bien, empezaré a vivir; si mal, empezaré a morir. Morirás. No me alborotará hacer lo que todos han hecho y lo que todos harán”.

            Le correspondió la misión, como nos contaba el poeta, escritor y guionista, Antonio Gala en su biográfico episodio  de “Paisaje con figuras”, de “levantar acta”, y hacerla con la realidad: “Ni con optimismo ni con pesimismo”, sino un acta veraz de lo que acaecía en su tiempo, y por cuya confesión obtuvo, eso sí, un alivio personal en su desahogo, pero no pocos problemas, en la España confusa y pendenciera, de un “Siglo de Oro” en cuanto a las Letras y las Artes, pero época difícil, para  la convivencia en una Corte, en donde una palabra más alta que otra o “equivocada”, podía llevar a un encierro perpetuo, al destierro, a una puñalada trapera o a la hoguera.
            En su soledad luchó:

“El que sabe estar solo, entre las gentes se sabe solo acompañar”.
           
            Conoció la traición de amigos y servidores, y lo que ganó en pleitos no lo pudo disfrutar, siendo su sobrino, Pedro Alderete, quien recogió los frutos materiales de sus desvelos. Sus poemas, muchos de ellos satíricos y adornados con palabras muy del pueblo, le salían como flechas envenenadas, parecía no querer quedarse con nada, todo lo que sentía lo expresaba con su gracia natural y sin ni una pizca de represión. No tuvo suerte en el amor, o quizá sus dudas de perder la libertad, no dejaron florecer y recrear para sí esa suerte. Su único matrimonio duró solo tres meses y posiblemente fue ese tiempo el más angustioso de su vida. No obstante, hay muchos poemas amorosos, dedicados a distintas damas amadas,  y que a pesar de su demostrada misoginia, dan fe de que estuvo enamorado varias veces, pues vibró el sentimiento en ellos y la pasión. Nos dice, al respecto del amor, que:
“El amor es fe y no ciencia”

             Al visitar en la pasada primavera, Villanueva de los Infantes y también La Torre de Juan Abad, en cuyos escenarios, llenos de historia y belleza medieval, se percibe la figura, el pensamiento y la palabra de nuestro genuino Quevedo, yo me sentí motivada a conocerle mejor y después de leer algo más sobre su vida y su obra, me surgió, casi espontáneamente, un poema, cuya protagonista hace del amor, su fe personal y se aferra a todos los amores que le van surgiendo. Yo no he querido liberarla del argot tan natural y habitual, de quien para mí ha sido el motivo de mi inspiración: FRANCISCO DE QUEVEDO.
Mi poema no es una “emulación”.
Sencillamente creo que es: Mi afecto intemporal.

Fuentes en:
Los versos de “MORIRÁS” , tomados de la web de danieltuban (wwwdanieltuban.com)
https://es.wikipedia.org/wiki/Paisaje_con_figuras
Ilustraciones de la imagen de FRANCISCO de QUEVEDO y de "La casa de los estudios" en VILLANUEVA de los INFANTES tomadas de Internet


ALICANTE 2/09/17
Mª Jesús Ortega Torres



SOLO POR DESEO

¡Vacío, vacío…!
Vacío, vacío total en la vida, si no la llenamos de sentimientos.
Aunque se sufra y duela,  porque los han perfumado…,
mejor dicho, o peor dicho, según  apreciemos, pues:
                           Se-han-cagado-en-ellos.
 Huele, huele a distancia. ¿…Volveremos a empezar?
Andar sin sentir. Andar sin amar… Soñar que él me espera.
 Sí, sí… Siempre SOÑAR, porque si no hay SUEÑOS: Sería vegetar.
Marchó, de mi lado, una noche fría. Ningún tierno abrazo ¡Ninguna alegría!
Su mirada triste ¡Vacía, vacía! Sus brazos amantes, ya no respondían.
¡Mieeeerrrdddaaaaa…!  —Yo grité —:“Este no es mi Juan, que me lo han cambiao”
Tampoco mi Pedro ¡Tampoco Tomás! …Entonces, ¿quién es?

…Me puse a pensar:

¿Quién será el bellaco que no me abrazó? No me dio ¡… Ni un beso!
Y, ¿qué no, le he hecho yo?
¿No será el Onofre, el que se escapó? Y así, yo rumiando, sonó el aldabón.
También, sin pensarlo: ¡Salí en camisón!
Mis rubios cabellos dorados de sol, rizados de sueños, pedían AMOR.
…Y, en la puerta estaba ese amor soñado,
siempre susodicho en mentes sensibles, que, buscando ventura,
buscan otra LUZ.
Con capa de luto, altiva, atrevida, encontré al galán.
Un sayo portaba. Arcaico jubón, cuello de “golilla”, y,
calzones largos, botas abrigadas.
También yo, escuchaba, del, su corazón
… Porque su palabra, firme, a él desnudó:
“¿Me permite el paso?”. Quedo, susurrante, a mí me espetó,
luego, en un instante, él continuó:


“¡Divina Señora, vengo en pos de AMOR!
Pablos, caminante, al igual que yo,
por unos ducados, aquí me envió.
Me habló de belleza, también de pasión.
Lujurias  henchidas, de gran emoción,
que buscan vivir…: Placer y perdón.
Y aquí me encontráis pidiéndoos AMOR.
Caminante soy ¡…No tengo Señor!
¡Sed Vos mi Señora! …Os ruego el favor.



Y así, el caminante: No es otro—SOY  YO—.
De triste a contento tornara la marcha,
y el camino angosto tornará liviano,
profundo e inmenso, claro y transparente,
como agua de ríos, de mares y océanos,
que nutren las tierras, lavan nuestros cuerpos,
lavan nuestras almas y os hacen  a vos, vuesa mercé: SOÑAR…
 Y…: SOÑAR, a nos”.
…Con esa su labia. Con esa su gracia, mi escala subió
el buen CABALLERO, y, hablóme de AMOR…

Y, aunque no letrada, me bastó su voz,
porfiados susurros en dulces palabras,
su ardiente mirada y un rayo de luna
                                                                          —con su resplandor—,
hicieron la noche, de triste y callada,
muy alborozada, con risas trabadas,
tan entrelazadas, que no terminaban,
y hacían mudanza en mi corazón.

Ya no digo: ¡Mieeerrddaaaaa!
El hígado rojo yo vuelvo a tener.
Este nigromante de buena presencia,
cambíome la olor, que de pura mierda
a jazmín ufano, solo por deseo, su beso trocó.


ALICANTE 15/06/2017
Mª Jesús  Ortega Torres