¡Holaaaaa!
Titulo mi
breve reflexión como “ambientes” porque de ellos hay muchas variedades y, siendo
estos dos últimos años muy especiales en todo el mundo, en toda nuestra TIERRA,
por la intrusión inoportuna del virus
mortífero, que se ha cobrado no solo vidas, sino que, nos deja a personas enfermas y que ha tenido el poder
de revolucionar todos los sistemas sociales, desde nuestras esferas familiares
a las políticas, industriales, bursátiles y un largo etcétera, y aunque ese
etc., lo sabemos suplir con muchos puntos suspensivos, pienso que, cada persona
que llegue a estas líneas, los acomode.
Ya sabemos
que estamos muy cansados de tanto “bla, bla, blá” por el virus y hartos por la
pandemia, y no quiero referirme a esto, sino que, desde su inoportuna llegada a
la sociedad que nos rodea a todos, analizar unos “ambientes” y otros
“ambientes”, quizá, nos muestre la importancia, en la vida de cada cual, que
tiene nuestra particular preparación normal, buena o mejor. He obviado la “mala
preparación”, porque creo que es una predisposición
muy circunstancial, y, en la mayoría de las ocasiones, no es voluntaria pues
manifestaría que se carece de instinto de conservación, y, ese instinto de
conservación, nos puede abandonar en nuestro pequeño círculo poco a poco y
según vayamos progresando, o no, en nuestras relaciones particulares, ya sean
familiares, amistosas, profesionales o “globalmente” sociales, porque,
dependiendo de nuestra empatía, que influye tanto en nuestro comportamiento, afrontar
las pandemias de cualquier clase, requiere de unas herramientas muy
específicas, y, en los casos en los que aparezca en un ámbito desfavorable,
estas herramientas se convertirán en “armas” si en verdad , la persona o su
núcleo socio-familiar, no tiene medios o tiene suficientes pero… ¡Quiere
aprovechar la ocasión, para más!
¡YOOOO!
Tengo una
casa en el campo. Estaba aterrorizada, porque padezco por mis años, de tantas
dolencias que si me tosen o me toca alguien contagiado con ese virus, como ya
ha pasado con tantas personas, me encuentran prontito “por el otro barrio”.
Vaya una gracia, pero decidí aislarme en
el campo, porque en mi país, quien manda, es muy joven (bueno, medianamente), y
no respeta ni al virus ni a las personas. Él, se basta con “ÉÉÉLLL”. Piensa que
solo nos tenemos que preocupar de lo
inmediato, es decir, que no se le pierda el destornillador al mecánico ni la
aguja y el dedal a la modista. Cada cual con sus herramientas y “ya se irá el
virus por dónde haya venido”. De vacuna ni hablar, pero tengo que dar gracias
de que, aunque no ha facilitado las mascarillas, no haya prohibido su uso.
Me asusto por
la muerte de varias personas amigas y cojo unos pocos bártulos y me voy al
campo, porque allí tengo muchas cosas y solo me voy a llevar, para que no se
estropeen, las viandas que tengo congeladas, por si cortan la luz en mi
ausencia, y pierdo mi trabajo al prepararlas, que se traduce en mucho tiempo al
hacerlo y el dinerillo, bastante, que me costó lo congelado, que “no es moco de
pavo”.
¡Qué
ambiente tan malo en la ciudad!
Es demasiado grande y el virus la ha llenado
todavía más, pero haciéndola más pequeña. Las partituras, que no se me olviden,
me las traje, todas, la última vez que estuve. Solo me resta coger un taxi. No
me lo podría permitir pero al no estar muy lejos, no gastaré mucha plata e iré
más cómoda y segura. Segura, sobre todo, si llevo “a mano” una mascarilla para
el taxista. No es obligatorio e igual lo considera un gasto inoportuno.
¡AAAAYYY! Mi casita en el campo.
Mis bártulos
en la puerta, y yo pagándole al taxista. Durante el forcejeo de no querer
admitirle la mascarilla que le acerqué y asegurarle que se la regalé para siempre,
me viene corriendo y algo azarado, mi vecino de parcelita el Sr. L. y me dice
que “me ayuda” a entrar mis cosas.
Al pasar
¡Sorpresa! Está mi casita ocupada. ¡HAY UN MATRIMONIO JOVEN! No llevan
mascarilla y se acercan. A su lado, dos niños
de cinco y siete años y uno, el más “peque”, le pregunta a su papá qué
quién soy yo. La pareja no ha tenido que forzar mi puerta. Una tarjeta de
crédito y seguro que sin débito, ha sido lo suficiente dura, para cederles el
paso.
El Sr. L. me dice que están sin teléfono,
por allí, más de un mes y que siente no haber podido llamarme. La madre de los
niños me mira con mucho temor y me pregunta…
El caso, es
que…, termino de encontrar a una nueva familia que añadir a la mía.
¡Vaya, con las sorpresas
de este virus!
Fotografia de Santurde de Rioja
Este relato es ficticio y ubicado de modo fiticio, pero con la realidad de la Pandemia.
Lo he donado, en este mes de Julio, a la revista "Esperanza Ciegos".
María Jesús
Ortega Torres