REFLEXIONES DE MADRUGADA
(Crónica)
La
ciudad duerme aún. El cielo está despejado y un rayo de sol quiere bajar para
iluminarlo todo, pero siente pereza. A lo lejos, retumban las pisadas de unos
zapatones, que rompen el mágico silencio que nos inunda. También el maullido
triste de un gato, hace desaparecer el ansiado silencio.
Las
casas iluminadas, por el rayo de sol perezoso, se yerguen hacia el cielo. Nadie
las estorba, nadie las hiere, son de piedra y resisten, aunque el tiempo, quizás
a la larga, será quien las desgaste.
En
el Hospital no todo es silencio. También hay dolor con quejas. También hay
alegría, cuando el primitivo dolor le ha dejado paso. Hay sonrisas y risas, si
todo va bien… Si el camino se tuerce donde no debe, se llena de piedras y hace
caer a quién le toque…
La
enferma, mi amiga Carmen, está optimista, ha dormido toda la noche. Deja los
sueños para cuando se despierta, tenía prisa por dormir y descansar de la
pesadilla de un trombo en una arteria pulmonar; la heparina está haciendo el
milagro y pronto seguirá contando años: 95, 96, 97… Ríe cuando le leo lo que he escrito, está ahora feliz,
las enfermeras y auxiliares hacen su trabajo y recogen muestras de “detritus”.
Son necesarias para analizar que todo, por dentro, va bien. Carmen se siente
sola a veces, y cuando está en compañía se le olvidan las penas y la enfermedad
que la ha llevado a una habitación de Hospital. De ésta va a salir… y va a
quedar mejor que estaba y con más seguridad en su estado físico, ¡mágica
medicación, mágico oxígeno, mágicos cuidados!
Yo
quiero pintar un paisaje de tejados
marrones que bostezan libremente, sin miedo a
la reprimenda de mamá o papá. Ellos, los tejados, no tienen manos para
taparse la boca, tienen por debajo unos techos y ventanas por donde se
concentra y sale al exterior el bullicio familiar, la música de un aparato de
radio o la nueva noticia que va a marcar el día o la noche, para bien o para
mal… Las terrazas, espaciosas, acogen
ropas limpias que se secan al sol y a la luna, también trastos viejos, y, de
vez en cuando, acogerán juegos de niños.
Ahora
ya hay luz, tan necesaria para seguir, para vivir, para sentirnos bien, porque
la oscuridad nos permite descansar pero la luz, la claridad nos permite vivir y
notar la perspectiva de la vida…
Otro día, otra noche pasada. Parecen
iguales, pero son distintas; al igual que todos nosotros, los días cambian y
ninguno es igual al otro, como tampoco ningún pensamiento nuestro ni ningún
minuto vivido, es igual a otro… A veces vivimos con alegría, otras con pena,
puede que con talante de triunfalismo, puede que con miedo; hay muchas formas
de contar los minutos y las aprovechamos todas. Somos distintos en cada
circunstancia y conseguimos serlo sin ensayar. Nos sale espontáneo, llevados
por el momento presente, a veces rememorando el pasado y también, presagiando
el futuro.
Anoche
el castillo de Santa Bárbara, estaba tan iluminado que además de él, se
percibían los alrededores, igual que ocurre en un mediodía de Alicante soleado,
tal era el efecto de su luz artificial, acompañada de la también iluminación
amarilla resplandeciente de las ventanas que parecían ascuas. Antes de dormir,
la ciudad habla. Las reuniones nocturnas, son el resumen del día de todos los
miembros de las familias. Se apagan las luces cuando todo está dicho y hay que
descansar. A veces queda planificado el día siguiente, que será breve y pasará
volando… A mí el Hospital, me recuerda mi no muy lejana vida laboral: el vivir
para el trabajo. Las noches en vela, esperando enfermos que súbitamente
entraban en tu vida, para, poco después, abandonarla acomodados en una planta.
La enfermera de urgencias es la que acoge y después distribuye a su lugar
adecuado a cada cual.
Carmen estuvo todo un día en “Urgencias”, en donde la
“chequearon” bien, y fue por la noche cuando la destinaron a su planta, la de “Neumología”,
en donde, afortunadamente, resolvieron el problema, que le pudo costar la vida.
El
estar en el Hospital, me ha recordado mis caminatas de “Box” en “Box”… Ahora
con otras actividades, intento llenar
una vida, que sin ellas estaría medio
llena, porque la otra mitad soy yo…, y
suplir esta profesión por otras cosas, es casi imposible porque siempre queda
el gusanillo de la ayuda, del afecto y agradecimiento del enfermo. Del correr
de “arriba para abajo y de abajo a arriba”, de: ¿se salvará o no…?, de: “estas
venas son muy difíciles”, “las he perdido…, las he encontrado”.
Y más cosas, más…, que he vuelto a recordar, en estos
días.
Alicante 12/06/2014
Mª Jesús Ortega Torres
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