Había un gorrión que buscaba alimento
y que al ver mi migaja, se puso muy contento.
A pequeños saltitos, a ella se acercó…,
y, cogiéndola con su pico, un poco se alejó.
La desmenuzó en silencio—a veces me miraba—
la distancia era corta, pero a él yo no asustaba.
Con sus saltitos cortos la migaja comió,
y a su vacía panza, muchas más trasladó.
Todo esto sucedió en el Café Bretón,
en donde un gorrioncillo su agilidad mostró,
y muy bien se sació, quedando satisfecho,
el tierno gorrión.
Logroño 25/07/11
Mª Jesús Ortega Torres
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