domingo, 28 de julio de 2013

AIRE DE PUEBLO











Aire de pueblo, limpio y puro.
Mañana fresca del buen verano.
Mucho silencio, todos durmiendo,
despierta el campo de su letargo.
Cantan los gallos…, me despertaron.

Con su alboroto, se marchó el alba,
pues la asustaron.
Las aves rondan el campanario.
Calles vacías. Canta la fuente
el dulce canto que ha renovado.

Aire de pueblo, limpio y puro.
Siento nostalgia si no te encuentro.
Sus buenas gentes, un gozar sabio,
son letanías…, tiempos de antaño.

Santurde de Rioja 26/07/2013
Mª Jesús Ortega Torres




jueves, 25 de julio de 2013

NASSINE








Nassine
         Miro el cielo, amanece, y su base la forman algunas nubes que, colocadas en forma de largas líneas horizontales y paralelas, parecen estar esperando las sílabas para unas frases, que no se debieran salir de la raya. También me recuerdan los raíles de una estación, cuyos trenes por llegar, nos conducirían a ciertos o inciertos destinos (hasta el final nadie es dichoso).
         Vuelvo a mi infancia. Los “palotes”… Los palotes y las letras tenían un límite, y las líneas paralelas no los dejaban salir, de su pequeño ámbito (era antiestético).
         Recuerdo una infancia con botas de agua, chapoteando en los barrosos charcos, con la lucha de cromos de colores y tabas, en los portales. Con la Hermana Julia cantando “ojos verdes son traidores, azules son mentireiros”. Mirar este cielo, es ahora volver a aquellos palotes. Las paralelas están  ahí, recordándome, que también fui niña, que, acaso lo siga siendo ahora, porque nunca se madura lo suficiente. Las vías también están, recordándome que he de esperar, y, paradójicamente, que he de seguir avanzando.
         Entre amor y desamor, pasa la vida. Nuestras frases, pensamientos, sentimientos…, no se pueden ni deben salir de la raya. Miro al cielo. Una vez más, me veo en la tierra, queriendo adivinar, queriendo vivir tantas cosas que me faltan, que le pido que se me dé el tiempo. Sobre mi cabeza las paralelas, han mutado,  y son ahora un enorme y contradictorio oso, en posición fetal.
         Las gaviotas abandonan el nido en esta “nubosa” mañana de invierno. Sobrevuelan mi tejado y hasta la próxima noche no dormirán. Solo se permitirán un leve descanso, sobre las ondas de su mar azul, su morada…, nuestro Mediterráneo.
         Salgo a tomar el sol de mediodía, me siento en un banco, frente al mar. Pronto, muy pronto, se apunta, al mismo banco, una paisana que pasea un cochecito de bebé. Miro su carita …, dulce embeleso, con diez meses, y una tez, café con leche, más tirando a café.
Se llama  Nassine, y me sonríe. Su madre es blanca, el padre un inmigrante de color.
         Sin saber cómo ni por qué, Sandra, que así se llama la madre de la bebé, me empieza a contar su historia…
                --Mis padres pusieron el grito en el cielo, cuando empecé a salir con Nick. Me lo presentó una amiga que también salía con un senegalés. Tanto les molestaba que saliese con él, que con la excusa, de que ganaba  muy poco dinero en mi anterior trabajo, me encontraron otro empleo, en la ciudad, porque una conocida nuestra, se jubilaba y dejaba su tiendecita de abalorios, que le iba muy bien… Eso, no era mi máxima aspiración, pero accedí y me fui porque era un modo de emanciparme, y no hay mal que por bien no venga.
         Cuando marché a trabajar, por supuesto, dejé mi dirección a Nick, aunque los dos teníamos comunicación por nuestros sendos teléfonos móviles, con los que ordinariamente nos comunicábamos cuando lo requeríamos uno de los dos. También estaba Internet.
         Cuando llegué a mi destino, estaba esperándome en la estación, el hermano de Nick, Dylan, del que yo tenía el teléfono, pero mi novio le avisó de que llegaba en el tren del mediodía y se desplazó, para arroparme un poco, y de algún modo dirigirme, también, en una ciudad que yo, no conocía demasiado.
         Antes de marchar le dije a mi novio, que aunque nos separara  cierta distancia, no lo olvidaría. Le prometí una comunicación diaria con el teléfono y con Internet. Le dije que no lo traicionaría… Él me dijo que cambiaría de trabajo para estar conmigo.
         Cuando Dylan se presentó, olvidé todas mis promesas… Algo ocurrió en mi corazón, que no había pasado cuando conocí a Nick. Muy pronto advertí que yo tampoco le había sido indiferente a él y me horroricé de mis pensamientos, porque iba a traicionar a mi novio, nada más perderle de vista, y, para más inri, con su hermano, que me robó el corazón y me lo sigue robando… ‘Sus ojos negros, se posaron en mí de un modo tan penetrante, que me obligaron a bajar la mirada, pues quedé muy turbada. No podía prever que él sería el padre de mi hija Nassine, pero así ha sido’ ”.
         El monólogo de Sandra, prosiguió cambiando de tono, cuando me contó, lo difícil que fue para ella decirle a Nick que se había enamorado de su hermano, como nunca le había ocurrido, nada más verle, me contó como sufrió las lágrimas de Nick en su primera visita para verla, y como los dos hermanos se despidieron con un abrazo. Me decía Sandra que esas secuencias de su vida afectiva, las recordaba como si fuesen escenas de una película dramática, pero, que le pasaron a ella cuando cambió afecto por amor.
         “Mis sentimientos por Nick habían cambiado y me había enamorado de Dylan, con el que caminaba en silencio, contemplando los atardeceres de la ciudad y mirando juntos las estrellas.
         A pesar de las distintas culturas, no nos costó congeniar. Me acostumbré a sus guisos, así como él se acostumbró a los míos…
         Dylan es artista. Hace con la madera lo que quiere, pero vende al por mayor sus pequeñas obras de arte, y a pesar de que yo le insto a que las venda a galeristas en pequeñas entregas, él me dice que vendiendo a menor precio, su cultura se extenderá más y no corre peligro de vulgarizarse porque tiene un amplio repertorio en la reproducción de figuras, que le permite no repetirse…”
         Yo, escuchaba su discurso y de vez en cuando miraba  las evoluciones de la pequeña con su sonajero y me encandilaban sus gorjeos que amenizaban la espontánea autobiografía, oral, de su madre, que había visto en mí, a una improvisada confidente de parecidos gustos  mañaneros: el solecito benefactor y una brisa marina estimulante.
         Termina su relato, contándome la llamada y aceptación de sus padres al saberla embarazada, todas sus disculpas por la tremenda imposición a la que la querían obligar y me cuenta el cambio de domicilio y negocio a su pueblo de nacimiento.  Ahora, me decía, tengo más variedad en los abalorios, porque Dylan, me enseña los típicos de su país, que son coloristas y muy atractivos, y hasta me puedo permitir a una ayudante en la tienda. 
         Me comenta que su compañero ha cambiado el tamaño de sus esculturas a más grandes, ha conseguido un marchante, y que de momento, todo les va muy bien.
         Yo, al volver a mirar a la niñita, Nassine, veo en ella el milagro de la vida, que es prodigioso, y también comprendo, que la firmeza y seguridad de
 su madre, en sus sentimientos, son los que han permitido este milagro…, que la vida siga y que dos culturas tan diferentes, se mezclen, a pesar de los impedimentos, por algo tan sublime como el amor.
Alicante 27 de abril de 2011
             23 de junio de 2013
Mª Jesús Ortega Torres





sábado, 13 de julio de 2013

El cuento del caracol









EL CUENTO DEL CARACOL           
            Erase una vez una niña, que encontró entre las hojas de lechuga, que iba a limpiar y a refrescar, un pequeño caracol, con un esbozo de casa, ya que tenía solamente, un pedacito de concha en su  pequeño lomo, no la casa completa. El joven caracol, no tenía su hogar terminado.
            ¡Ay…!, se dijo para sí la niña que se llamaba Juanita, “no ha terminado su casa, lo pondré en la repisa de la ventana, para que se vaya marchando poco a poco, como andan los caracoles…, a pasito lento, o quizás en el portal”, pero recordó que en los alrededores habían gatos y que además pasaban muchos pájaros que se lo podían comer, y por tanto, duraría muy poco.
            Entonces pensó adoptarlo. Le puso unas hojas de lechuga que había lavado, para que le sirviera de casa y comida, y lo dejó arropadito.
Juanita visitó esa tarde el ángulo de la pared, donde había dejado al caracol. Iba a ver si había comido, como se movía y como se acercaba a ella. 
           
            Pasó el tiempo y visita tras visita, Juanita quería mucho a su caracol, pero llegó el día en que fue a visitarlo y no lo encontró entre las hojas de lechuga, que le servían de hogar y de comida. Estaba la lechuga pero no el caracol. Juanita se puso muy triste porque le había tomado mucho cariño a su caracol, pero pensó que si el caracol se había ido al campo, quizás sería más feliz y esa idea la consoló.
            Una noche, después de algún tiempo, a la niña la despertó al igual que a sus padres, un ruido fuerte, como de caída y un grito de sorpresa.
            Se levantaron y encontraron en el pasillo, a un hombre tendido con una pierna y un brazo rotos. ¡Tan aparatosa caída había tenido, que no se podía mover ni levantar!. Resultó ser un ladrón, que había quedado “cao” por su caída. Llamaron a la policía y agenciaron una ambulancia. Eran las tres de la madrugada y de pronto Juanita divisó a una familia de caracoles, que paseaban tan tranquilamente y tan felices por el pasillo…
            Habían rociado el suelo con una secreción pegajosa y estaba el pasillo lleno de ella. Esa baba, había hecho patinar al ladrón y su caída, había despertado a todos.
El pequeño caracol, había crecido y formado una familia para salvarles.
Tenemos que recordar, que la naturaleza siempre nos devuelve el bien que le hacemos.


Torrevieja 31/03/2013

Mª Jesús Ortega Torres