domingo, 23 de enero de 2011

UNA PALABRA DE AFECTO

   A veces, una sola palabra basta, para que el desánimo que nos acompaña y se acrecienta poco a poco, cada día, nos haga sentir mejor. Esta palabra de ánimo, igual te la puede decir un adulto que un niño…
   A mi, el otro día, en el autobús, uno de mis “pupilos” en las revisiones, que viajaba a mi lado con su madre y con sus abuelos, me dijo; “Mª Jesús, te quiero.”, y siguió diciéndome: “me gusta tu chaqueta…”, (la chaqueta de cuadros rojos, verdes y negros, que me compré cuando vivía en Madrid y que lleva conmigo ya 27 años). Yo le dije a él, que también yo, lo quería y que me agradaba que me durase tantos años, porque a mi también me gustaba.y siempre me había gustado mucho... Se abrazó a mi cuello y me dio un beso…, ¡qué calorcito noté! Era como si me hubiese besado, un angelito inocente.

Creo que estas dos frases: “Mª Jesús, te quiero” y “me gusta tu chaqueta”, me insuflaron el estímulo, que me hacía falta para seguir contenta, ya que a veces, queriendo o sin querer, lastimamos a las personas que nos quieren, y frases como la del niño, que por cierto, es marroquí y se llama “Adam”, sirven para estar más alegre y contenta contigo misma.

Alicante 20/1/11
Mª Jesús Ortega Torres

sábado, 15 de enero de 2011

PRIMER AMOR

          
 

    Ella, sola en su pequeño cuarto, acostada y mirando fijamente al techo, repasaba su vida.
Lo hizo en un instante. Varios minutos le bastaron para recorrer su infancia y adolescencia que fueron de una alegría normal, aunque intranscendente…, pocas penas, muchos juegos en la infancia y abundantes “hadas” que la socorrían en todo. En la adolescencia, surgió el descubrimiento del latir de su corazón cuando lo veía.
   Aquí se paró un instante que le sirvió de puente para entrar en la edad adulta.
Sus veinte años fueron de logros: primero profesionales, después consiguió, tras un acelerado noviazgo formar una familia.
Dos hijos nacieron: la parejita, ¿para qué más?
   Su marido parecía amarla con vehemencia y se sentía feliz.
Trabajaba por las mañanas y por la tarde hacía manualidades que había aprendido de su madre que era artista.
   Un atardecer -- serían las diecinueve horas de un mes de septiembre--, cuando salía del taller de terminar unas muñecas, lo encontró.
   Miguel era su primer amor de adolescencia…Se reconocieron. Se abrazaron. Se besaron. Apenas se dijeron nada. Marcharon con destino incierto. Impensado. Caminaron juntos un tiempo y parecían que los dos habían olvidado su presente más próximo. Los dos se volvieron uno y continuaron andado hasta que se perdieron.
   Ahora, ella estaba en su habitación mirando al techo.
Su amor de adolescente, ya no estaba.
Tampoco sus dos hijos.
No estaba su marido.
Hasta su lecho, el gris de su entorno había invadido su sangre.

 Alicante 4/01/11

 Mª Jesús Ortega Torres



sábado, 1 de enero de 2011

NUEVO AÑO Y PARAGUAS





   Ante todo, ¡¡Feliz Año Nuevo!! Lo acabamos de estrenar…, y esta noche que se presta a reflexiones --entre otras muchas cosas--, me ha hecho pensar en una anécdota que le ocurrió a un conocido mío.
Este viejo conocido, me contó un día, que fue a visitar a un paisano suyo porque se encontraba enfermo y, que cuando él llegó al domicilio del enfermo, salían de visitarle, sendas amigas que también le habían ido a ver. Había comenzado a llover… Él iba provisto de paraguas, pero, no así sus dos antecesoras que pidieron, con confianza, a la hija del enfermo uno para guarecerse de la lluvia.
   La hija de su paisano, les negó el paraguas diciéndoles que solo tenía uno y lo necesitaba para ella…, mas cuando se marcharon las señoras, rió comentando que había quitado los paraguas de la entrada porque, si los dejaba, temía que no se los devolverían.
   Mi confidente, improvisando una urgencia que había olvidado, marchó despidiéndose rápidamente y salió horrorizado, encontrando a las dos señoras, muy nerviosas, resguardándose de la lluvia, en el mismo portal de la casa.
Él las acompañó hasta la parada más próxima del autobús, con su paraguas…
¿Qué es lo que hizo que no se desprendieran de un paraguas, ni la hija ni el padre?
Mi amigo siempre había creído que eran buenas personas…,¿eran inhumanos?, ¿eran tacaños?
   Lo que sí dedujo mi amigo, es que no eran solidarios y que además no tenían empatía.
Esta historia, me hace reflexionar, en este momento en que estrenamos año, que, con un gesto de solidaridad y empatía, podríamos (o deberíamos), aligerar el peso y preocupaciones de personas amigas que se encuentren en una difícil situación.
Entonces resonaría en nuestros oídos, lo que se lee en el “Cantar de los cantares” (2,12)

                                         “Brotan flores en la tierra
                                          llega el tiempo de cantar”.

Alicante 1/01/2011
Mª Jesús Ortega Torres