miércoles, 6 de julio de 2022

SUAVE MÚSICA para esperar

 

 



SUAVE MÚSICA para esperar

 

Eran las 22 H. y, en puro invierno, pensó al llegar, que el reclamo estaba bien servido. Las luces, de múltiples colores, iluminaban el chiringuito, destino final de su presente trayecto. Su GPS, no había fallado y como siempre, había cumplido su función. Volvió a mirar de nuevo esa fachada y pensó sin hablar:

   ¡Qué cosas se le ocurren a Poldo! Mejor que “Coordinador”, un trabajo creativo le vendría al dedillo.

Aparcó Susana su coche y se extraño de que hubiese solo, cinco vehículos en el parking. Todos de alta gama, nada que ver con su pequeño “utilitario”, pero quizá esta reunión, resolviera esto, que de todos modos, no la molestaba tanto; se había acostumbrado a vivir siempre por debajo de sus  posibilidades, nunca por encima y estiraba y ensanchaba un salario que no era una maravilla, pero le resultaba suficiente.

Blanco como la nieve  le pareció todo el exterior del lugar, “recién encalado”, pensó, y muy grande. Miró bien y no vio el automóvil de Poldo. Ella había calculado distancia-tiempo, y había sido puntual. Sobre la puntualidad de él, ahora comprobaría en lo personal porque en el trabajo sí lo era…

    Al entrar, una suave música la recibió; reconoció la melodía de “El cóndor pasa” y, a la par, una señorita vestida con un “Tutú” negro y zapatillas de ballet, de igual color, la acompañó hacia una mesa redonda y no demasiado grande, que contrastaba con los dos altos sillones de estilo “rococó”, que tapizados en terciopelo rojo, de grueso brocado, le parecieron extravagantes, pero, como pudo comprobar enseguida, eran muy cómodos. La bailarina antes de dejar a Susana le preguntó por lo que quería tomar y ella postergó la solicitud para más tarde, en que vendría su compañero; la bailarina le hizo una graciosa reverencia y se fue.

“En la ruleta del amor, voy a jugar mi partida,

quiero ganar este albur. Ser el dueño de tu vida…”

    Sonó, dulcemente cantado, este “Bolero-Tango”, e inmediatamente una esbelta y grácil pareja bailó al son de música y letra, emocionados y emocionantes, porque traducían con sentimiento en su baile, los dictados que se estaban escuchando. Antes de finalizar esta introducción, se acercó la bailarina, bandeja en mano… En la bandeja un escarchado coctel, cuya nieve no podía, sin embargo, suavizar el rojo intenso a la granadina que  llevaba en abundancia. Susana, antes de protestar, para sí misma, miró su reloj. Habían pasado 25 minutos desde que llegara y Poldo, sin aparecer. Con una sonrisa y un sonoro “¡Muchas gracias”!, tomó el vaso de forma hexagonal y plateado borde y antes de  probar un poco lo llevó a sus mejillas porque el contraste del frío externo con el calor de adentro, era notorio, y le vino muy bien.

A 30’ de su llegada, sacó su teléfono del bolso, para darle un toque al jefe…

¡No tenía batería!

Tenía el móvil del trabajo en la guantera de su coche, cuando pasaran unos minutos y si no había llegado todavía, saldría un momento a cogerlo y le llamaría. No pudo dejar de pensar, que, cómo citándola en ese lugar, y conociendo él, su tímido carácter, se tomara la licencia de llegar tarde y además, sin dar ninguna explicación.

—Mi jefe, me está fastidiando adrede.

 ¿Qué ha sido lo último que he hecho mal?

    Tuvo, de repente, un impulso muy extraño que la obligó a mirar al centro de la pista y a alzar inmediatamente, sus ojos hasta el techo.

“Contigo aprendí que existen nuevas y mejores emociones. Contigo aprendí…”

Mucha razón tenía la canción que lanzaba de nuevo, a la pista, a la pareja melancólica y sutil, que ella, Susana, apenas pudo apreciar porque al mirar ese techo, muy tenuemente iluminado, al igual que todo el espacio de abajo y entre sus salientes picos y  sus oquedades de inspiración clerical y misteriosa, divisó unas sombras, que tomaban forma, cuando las luces blancas, que, de modo intermitente, las envolvían y, llevaron a Susana a un estado hipnótico aunque, pudo descubrir, qué aves estaban invadiendo el techo, y, sí parecían fantasmas por su leve movimiento, que no incluía el  batir de sus alas, pero…, no lo eran.

    Sus figuras fantasmagóricas representaban a dos cóndores, de mediana envergadura. Lo consideró así, por su cálculo al azar, y porque la distancia desde abajo hasta el techo era grande por ser el edificio antiguo y no tener las medidas de construcción del momento. Pero… ¿Qué hacía la pareja?

¿Jugaban?

¿Peleaban?

Muy amante de la naturaleza, observó cómo se  podían desplazar sin aletear. Pensó que también la corriente de aire caliente y artificial del antro, era posible que les sirviera tanto, como las corrientes térmicas que encuentran en la naturaleza durante su vuelo y que les permite volar sin soportar el cansancio de sus alas al moverlas y aleteando de continuo. Su envergadura, no  podía ser tomada a broma, ni por ellos que la poseían, “dioses inmortales del aire”, según los incas y que la habían asustado a ella en una ocasión, a pesar de su fuerte bastón para el sendero, un “mata culebras”, cuando exploraba un lugar cercano a un cerro y ellos iban planeando para descansar.

    Miraba y miraba, en el techo del local, extasiada sus evoluciones, que le producían una disfunción visual, porque las luces y el movimiento de las mismas con sus figuras silenciosas, pero siempre activas, hicieron lagrimear a Susana y optó por cerrar unos segundos los ojos y al abrirlos, observar, con mejor claridad, lo que estaba ocurriendo.

No jugaban, no. Una de las aves llevaba algo en el pico, que la otra codiciaba, y aunque tenían, aparentemente, igual fuerza, el ave que asía el objeto en su pico, no se dejaba amedrentar y lo defendía, como se decía antaño en el Medievo, y entre personas: “defendiéndolo a capa y espada”. Un movimiento fuerte, del ave portadora, y en su defensa, estuvo muy cerca de hacerla caer. Al iluminarla un haz blanco, Susana pudo ver bien, el contraste de lo níveo en la parte inferior de su cabeza, que como una bufanda, contrastaba con la misma, que era calva, y las plumas negras de atrás que le daban, a su vez, un fuerte contraste. Se estremeció al ver su enorme pico carroñero, rosado y amarillo, sus colores, su fuerza para ejercer su función de desgarrar y, ahora, también veía, cómo atesoraba apretándolo, ese preciado objeto, la razón de su lucha, que podía ser:

¿Por vanidad animal?

¿Necesidad de comer?

¿Por ostentar el poder?

Los dos cóndores, querían a toda prisa, y, haciendo valer su fuerza, pasear con ese objeto, cuya forma de corazón, la impresionó. Quedó muy estremecida, al ver la forma que tenía ese tesoro carmesí. Tan tocada estaba, que un invisible resorte la hizo levantar del sillón. La bailarina del “Tutú”, se estaba acercando a ella para decirle que un familiar de Poldo y, a instancias de él, había llamado porque su amigo había sufrido un problema cardiaco importante. Cuando la joven  la ayudó a ponerse el abrigo, Susana miró por última vez hacia el techo. No estaba la pareja de cóndores, sí el dulce sonido de la flauta que le repetía al despedirla que “El cóndor pasa”. Suave Música para esperar.

 

 

María Jesús Ortega Torres

ALICANTE -Mayo-2022

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