SUAVE MÚSICA para esperar
Eran las 22 H. y, en puro invierno, pensó al llegar, que
el reclamo estaba bien servido. Las luces, de múltiples colores, iluminaban el
chiringuito, destino final de su presente trayecto. Su GPS, no había fallado y como
siempre, había cumplido su función. Volvió a mirar de nuevo esa fachada y pensó
sin hablar:
— ¡Qué cosas se le
ocurren a Poldo! Mejor que “Coordinador”, un trabajo creativo le vendría al
dedillo.
Aparcó Susana su coche y se extraño de que
hubiese solo, cinco vehículos en el parking. Todos de alta gama, nada que ver
con su pequeño “utilitario”, pero quizá esta reunión, resolviera esto, que de
todos modos, no la molestaba tanto; se había acostumbrado a vivir siempre por debajo
de sus posibilidades, nunca por encima y
estiraba y ensanchaba un salario que no era una maravilla, pero le resultaba
suficiente.
Blanco como la nieve le pareció todo el exterior del lugar,
“recién encalado”, pensó, y muy grande. Miró bien y no vio el automóvil de
Poldo. Ella había calculado distancia-tiempo, y había sido puntual. Sobre la
puntualidad de él, ahora comprobaría en lo personal porque en el trabajo sí lo
era…
Al
entrar, una suave música la recibió; reconoció la melodía de “El cóndor pasa”
y, a la par, una señorita vestida con un “Tutú” negro y zapatillas de ballet,
de igual color, la acompañó hacia una mesa redonda y no demasiado grande, que
contrastaba con los dos altos sillones de estilo “rococó”, que tapizados en
terciopelo rojo, de grueso brocado, le parecieron extravagantes, pero, como
pudo comprobar enseguida, eran muy cómodos. La bailarina antes de dejar a
Susana le preguntó por lo que quería tomar y ella postergó la solicitud para
más tarde, en que vendría su compañero; la bailarina le hizo una graciosa
reverencia y se fue.
“En la ruleta del amor, voy
a jugar mi partida,
quiero ganar este albur. Ser
el dueño de tu vida…”
Sonó,
dulcemente cantado, este “Bolero-Tango”, e inmediatamente una esbelta y grácil
pareja bailó al son de música y letra, emocionados y emocionantes, porque
traducían con sentimiento en su baile, los dictados que se estaban escuchando.
Antes de finalizar esta introducción, se acercó la bailarina, bandeja en mano…
En la bandeja un escarchado coctel, cuya nieve no podía, sin embargo, suavizar
el rojo intenso a la granadina que
llevaba en abundancia. Susana, antes de protestar, para sí misma, miró
su reloj. Habían pasado 25 minutos desde que llegara y Poldo, sin aparecer. Con
una sonrisa y un sonoro “¡Muchas gracias”!, tomó el vaso de forma hexagonal y
plateado borde y antes de probar un poco
lo llevó a sus mejillas porque el contraste del frío externo con el calor de
adentro, era notorio, y le vino muy bien.
A 30’ de
su llegada, sacó su teléfono del bolso, para darle un toque al jefe…
¡No tenía batería!
Tenía el móvil del trabajo en la guantera de
su coche, cuando pasaran unos minutos y si no había llegado todavía, saldría un
momento a cogerlo y le llamaría. No pudo dejar de pensar, que, cómo citándola
en ese lugar, y conociendo él, su tímido carácter, se tomara la licencia de
llegar tarde y además, sin dar ninguna explicación.
—Mi jefe, me está
fastidiando adrede.
¿Qué ha sido lo último que he hecho mal?
Tuvo,
de repente, un impulso muy extraño que la obligó a mirar al centro de la pista
y a alzar inmediatamente, sus ojos hasta el techo.
“Contigo aprendí que existen
nuevas y mejores emociones. Contigo aprendí…”
Mucha razón tenía la canción que lanzaba de
nuevo, a la pista, a la pareja melancólica y sutil, que ella, Susana, apenas
pudo apreciar porque al mirar ese techo, muy tenuemente iluminado, al igual que
todo el espacio de abajo y entre sus salientes picos y sus oquedades de inspiración clerical y
misteriosa, divisó unas sombras, que tomaban forma, cuando las luces blancas,
que, de modo intermitente, las envolvían y, llevaron a Susana a un estado
hipnótico aunque, pudo descubrir, qué aves estaban invadiendo el techo, y, sí
parecían fantasmas por su leve movimiento, que no incluía el batir de sus alas, pero…, no lo eran.
Sus
figuras fantasmagóricas representaban a dos cóndores, de mediana envergadura.
Lo consideró así, por su cálculo al azar, y porque la distancia desde abajo
hasta el techo era grande por ser el edificio antiguo y no tener las medidas de
construcción del momento. Pero… ¿Qué hacía la pareja?
¿Jugaban?
¿Peleaban?
Muy amante de la naturaleza, observó cómo
se podían desplazar sin aletear. Pensó
que también la corriente de aire caliente y artificial del antro, era posible que
les sirviera tanto, como las corrientes térmicas que encuentran en la
naturaleza durante su vuelo y que les permite volar sin soportar el cansancio
de sus alas al moverlas y aleteando de continuo. Su envergadura, no podía ser tomada a broma, ni por ellos que la
poseían, “dioses inmortales del aire”, según los incas y que la habían asustado
a ella en una ocasión, a pesar de su fuerte bastón para el sendero, un “mata
culebras”, cuando exploraba un lugar cercano a un cerro y ellos iban planeando
para descansar.
Miraba
y miraba, en el techo del local, extasiada sus evoluciones, que le producían
una disfunción visual, porque las luces y el movimiento de las mismas con sus
figuras silenciosas, pero siempre activas, hicieron lagrimear a Susana y optó
por cerrar unos segundos los ojos y al abrirlos, observar, con mejor claridad,
lo que estaba ocurriendo.
No jugaban, no. Una de las aves llevaba algo
en el pico, que la otra codiciaba, y aunque tenían, aparentemente, igual
fuerza, el ave que asía el objeto en su pico, no se dejaba amedrentar y lo
defendía, como se decía antaño en el Medievo, y entre personas: “defendiéndolo
a capa y espada”. Un movimiento fuerte, del ave portadora, y en su defensa,
estuvo muy cerca de hacerla caer. Al iluminarla un haz blanco, Susana pudo ver
bien, el contraste de lo níveo en la parte inferior de su cabeza, que como una
bufanda, contrastaba con la misma, que era calva, y las plumas negras de atrás
que le daban, a su vez, un fuerte contraste. Se estremeció al ver su enorme
pico carroñero, rosado y amarillo, sus colores, su fuerza para ejercer su
función de desgarrar y, ahora, también veía, cómo atesoraba apretándolo, ese
preciado objeto, la razón de su lucha, que podía ser:
¿Por vanidad animal?
¿Necesidad de comer?
¿Por ostentar el poder?
Los
dos cóndores, querían a toda prisa, y, haciendo valer su fuerza, pasear con ese
objeto, cuya forma de corazón, la impresionó. Quedó muy estremecida, al ver la
forma que tenía ese tesoro carmesí. Tan tocada estaba, que un invisible resorte
la hizo levantar del sillón. La bailarina del “Tutú”, se estaba acercando a
ella para decirle que un familiar de Poldo y, a instancias de él, había llamado
porque su amigo había sufrido un problema cardiaco importante. Cuando la joven la ayudó a ponerse el abrigo, Susana miró por
última vez hacia el techo. No estaba la pareja de cóndores, sí el dulce sonido
de la flauta que le repetía al despedirla que “El cóndor pasa”. Suave Música
para esperar.
María Jesús Ortega Torres
ALICANTE -Mayo-2022
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