sábado, 20 de diciembre de 2014

EL ENCUENTRO

En este mes de Diciembre, se cumplen tres años de la ausencia de nuestro querido amigo, poeta y presidente del grupo "NUMEN" de Alicante, Emilio Victoria Muñoz. 
Creo que la palabra es inmortal siempre que exista el recuerdo y su palabra, sabia, didáctica y algo irónica a la vez, la recordamos con alegría. Aunque en esta ocasión ha firmado con seudónimo, siempre es un privilegio leer al poeta, cuentista, novelista y amigo Emilio.




“EL ENCUENTRO”

RELATO

      Caminando cansinamente, bajo los arcos poco sombreados de las palmeras de la “Explanada”, llegué hasta la cafetería de su extremo y esperé la apertura del semáforo para cruzar al otro lado de la plaza hasta entrar  en el “Paseo Gómiz”. Buscaba uno de esos merenderos llamado “Chiringuito”, que existen al principio del paseo, frente a la playa, y que en verano están llenos de gente a rebosar,  desde la sombra tranquila de su toldo.
Cuando llegaba junto a la improvisada  terraza, vi una mesita con dos sillas a su alrededor y me apresuré a acercarme para coger una. Era un punto clave para observar el mar. Cuando alargaba la mano para coger una de las sillas, otra mano delgada,  blanca, se me adelantó. Agarró fuertemente el respaldo de la silla y se dirigió a mí casi provocativamente:
--Yo he llegado primero
Prudentemente hice marcha atrás y busqué una silla solitaria que había en un rincón. La mujer que me había cortado la trayectoria, se encaró una vez más conmigo para decirme:
--Perdone, pero esta silla es para un amigo…
Me retiré unos pasos prudentemente. Desde allí observé a la mujer que se me había enfrentado. Era alta delgada, de facciones agradables y cabello casi blanco. No suelo calcular con eficacia la edad de las personas, pero bien podía pasar la edad de la jubilación. Su rostro bien cuidado se endureció levemente al dirigirse a mi otra vez…
--¡ Eh, oiga!, siéntese aquí por favor.
Traté de declinar su invitación, pero como me estaba dando el sol en la cara acepté humildemente. Me acerqué a la mesita y observé que la otra silla seguía desocupada.
--Siéntese por favor. Era para un amigo mío pero veo que se está retrasando.
Me miró fijamente y añadió:
--Como habrá comprendido fue solo una excusa para quedarme con las dos sillas.
Busqué en cierto modo una explicación, para que aquella mujer tratara de quedarse con las dos sillas, me callé y le di las gracias con un gesto.
--Perdone- dijo la mujer precipitada--, pero yo no acostumbro a hablar con extraños.
--Me parece muy bien- dije yo-, si le sirve de algo me llamo Tristán, pero como no tenemos nada que hablar, siga usted con lo que hacía y permítame que pague yo su consumición.
Mientras venía el camarero y nos servía, traté de observarla con disimulo. Sin ser bella, tenía unas facciones agradables…
--Yo, ya soy  un hombre ya mayor y no pretendía molestarla. Actualmente estoy en una pensión pequeña, gozando de esta primavera y esperando reanudar mis actividades normales.
Ella me miraba de reojo mientras sacó de su bolsa una novela algo arrugada que se notaba haber sido muchas veces manoseada, yo entonces para hacerme el interesante, saqué una pequeña libreta de bolsillo y anoté los gastos. Era una costumbre mía anotar todo lo que gastaba.
La mujer mirando de soslayo me preguntó de repente:
--¿Qué es usted, policía o inspector?
--Me permitirá que yo la invite, ya que he venido a trastornar su tranquilidad…
--Alto, alto- dijo ella-, no tiene porque hacerlo, yo soy una persona decente.
--Yo también lo soy,  y como compartimos mesa, me permito invitarla.
--Bueno,  si es una horchata sola…
--Si quiere algo más…,
-- He visto unos bollitos en el mostrador y unos rollitos de anís.
--Lo que usted quiera señora.
Le indiqué al camarero que estaba ya apercibido:
--Sírvale a la señora unos bollitos y unos rollitos de anís.
Displicentemente ella se volvió a su labor y sacando la novela la abrió por una página marcada. Yo trataba de analizar que carácter tenía aquella extraña dama. De repente se volvió para decir: --¿Qué está usted mirando?.
--No miro nada señora.
--Sí, estaba usted mirándome.
--Estaba yo mirándola…, pero ¿qué quiere usted que haga, si está usted delante, para no mirarla tendría que volver la cabeza.
Vaya no se haga usted el gracioso.  De repente deja la novela y me pregunta:--¿Qué hace usted aquí?
--De momento tomarme una horchata con usted- y añadí -, ¿qué está leyendo?, tratando de serenar la situación.
--Una novela de romanos.
--¿Le gusta la historia?
--Ésta sí. Está bastante bien. Hasta sale una princesa ibérica.
--Es celtibérica y se llama “Socedeyaunin”.
--¿ Y usted cómo lo sabe?
--Porque esa novela está escrita por mi.
Su expresión cambió de pronto…, de huraña a amable y se hizo expansivamente sociable.
--¿De verdad que es usted escritor?, me gusta el carácter de “Ygortas”, ¿cómo se le ocurren esas cosas?.
--Porque me gusta la historia y me gusta escribir, ¿quiere que le cuente el final?.
--No por favor, pero podemos hablar de los cántabros, porque  usted debe saber mucho de ellos.
La escena había cambiado. Ella hablaba por los codos y desprendiéndose de aquél aspecto receloso del principio, era una interlocutora muy amable.
…Se nos hizo tarde. Ella seguía interesada en mis palabras y ella estaba disfrutando al ver que estaba hablando con un presunto escritor. Para mí, era también un encuentro especial. Era la primera vez que podía hablar con un lector de mi novela.
Aún se comió cuatro rosquillas más antes de que nos despidiéramos.
Ella con un tono casi temeroso me preguntó:
--¿Va usted a volver mañana?.
--La esperaré a estas horas en esta misma mesa. ¿quiere?
Desde entonces Ana y yo, fuimos grandes amigos.


TRISTÁN OLMEDO


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