En este mes de Diciembre, se cumplen tres años de la ausencia de nuestro querido amigo, poeta y presidente del grupo "NUMEN" de Alicante, Emilio Victoria Muñoz.
Creo que la palabra es inmortal siempre que exista el recuerdo y su palabra, sabia, didáctica y algo irónica a la vez, la recordamos con alegría. Aunque en esta ocasión ha firmado con seudónimo, siempre es un privilegio leer al poeta, cuentista, novelista y amigo Emilio.
“EL ENCUENTRO”
RELATO
Caminando
cansinamente, bajo los arcos poco sombreados de las palmeras de la “Explanada”,
llegué hasta la cafetería de su extremo y esperé la apertura del semáforo para
cruzar al otro lado de la plaza hasta entrar
en el “Paseo Gómiz”. Buscaba uno de esos merenderos llamado
“Chiringuito”, que existen al principio del paseo, frente a la playa, y que en
verano están llenos de gente a rebosar,
desde la sombra tranquila de su toldo.
Cuando
llegaba junto a la improvisada terraza,
vi una mesita con dos sillas a su alrededor y me apresuré a acercarme para
coger una. Era un punto clave para observar el mar. Cuando alargaba la mano
para coger una de las sillas, otra mano delgada, blanca, se me adelantó. Agarró fuertemente el
respaldo de la silla y se dirigió a mí casi provocativamente:
--Yo
he llegado primero
Prudentemente
hice marcha atrás y busqué una silla solitaria que había en un rincón. La mujer
que me había cortado la trayectoria, se encaró una vez más conmigo para decirme:
--Perdone,
pero esta silla es para un amigo…
Me
retiré unos pasos prudentemente. Desde allí observé a la mujer que se me había
enfrentado. Era alta delgada, de facciones agradables y cabello casi blanco. No
suelo calcular con eficacia la edad de las personas, pero bien podía pasar la
edad de la jubilación. Su rostro bien cuidado se endureció levemente al
dirigirse a mi otra vez…
--¡
Eh, oiga!, siéntese aquí por favor.
Traté
de declinar su invitación, pero como me estaba dando el sol en la cara acepté
humildemente. Me acerqué
a la mesita y observé que la otra silla seguía desocupada.
--Siéntese
por favor. Era para un amigo mío pero veo que se está retrasando.
Me
miró fijamente y añadió:
--Como
habrá comprendido fue solo una excusa para quedarme con las dos sillas.
Busqué
en cierto modo una explicación, para que aquella mujer tratara de quedarse con
las dos sillas, me callé y le di las gracias con un gesto.
--Perdone-
dijo la mujer precipitada--, pero yo no acostumbro a hablar con extraños.
--Me
parece muy bien- dije yo-, si le sirve de algo me llamo Tristán, pero como no
tenemos nada que hablar, siga usted con lo que hacía y permítame que pague yo
su consumición.
Mientras
venía el camarero y nos servía, traté de observarla con disimulo. Sin ser bella,
tenía unas facciones agradables…
--Yo,
ya soy un hombre ya mayor y no pretendía
molestarla. Actualmente estoy en una pensión pequeña, gozando de esta primavera
y esperando reanudar mis actividades normales.
Ella
me miraba de reojo mientras sacó de su bolsa una novela algo arrugada que se
notaba haber sido muchas veces manoseada, yo entonces para hacerme el
interesante, saqué una pequeña libreta de bolsillo y anoté los gastos. Era una
costumbre mía anotar todo lo que gastaba.
La
mujer mirando de soslayo me preguntó de repente:
--¿Qué
es usted, policía o inspector?
--Me
permitirá que yo la invite, ya que he venido a trastornar su tranquilidad…
--Alto,
alto- dijo ella-, no tiene porque hacerlo, yo soy una persona decente.
--Yo
también lo soy, y como compartimos mesa,
me permito invitarla.
--Bueno, si es una horchata sola…
--Si
quiere algo más…,
--
He visto unos bollitos en el mostrador y unos rollitos de anís.
--Lo
que usted quiera señora.
Le
indiqué al camarero que estaba ya apercibido:
--Sírvale
a la señora unos bollitos y unos rollitos de anís.
Displicentemente
ella se volvió a su labor y sacando la novela la abrió por una página marcada.
Yo trataba de analizar que carácter tenía aquella extraña dama. De repente se
volvió para decir: --¿Qué está usted mirando?.
--No
miro nada señora.
--Sí,
estaba usted mirándome.
--Estaba
yo mirándola…, pero ¿qué quiere usted que haga, si está usted delante, para no
mirarla tendría que volver la cabeza.
Vaya
no se haga usted el gracioso. De repente
deja la novela y me pregunta:--¿Qué hace usted aquí?
--De
momento tomarme una horchata con usted- y añadí -, ¿qué está leyendo?, tratando
de serenar la situación.
--Una
novela de romanos.
--¿Le
gusta la historia?
--Ésta
sí. Está bastante bien. Hasta sale una princesa ibérica.
--Es
celtibérica y se llama “Socedeyaunin”.
--¿
Y usted cómo lo sabe?
--Porque
esa novela está escrita por mi.
Su
expresión cambió de pronto…, de huraña a amable y se hizo expansivamente
sociable.
--¿De
verdad que es usted escritor?, me gusta el carácter de “Ygortas”, ¿cómo se le
ocurren esas cosas?.
--Porque
me gusta la historia y me gusta escribir, ¿quiere que le cuente el final?.
--No
por favor, pero podemos hablar de los cántabros, porque usted debe saber mucho de ellos.
La
escena había cambiado. Ella hablaba por los codos y desprendiéndose de aquél
aspecto receloso del principio, era una interlocutora muy amable.
…Se
nos hizo tarde. Ella seguía interesada en mis palabras y ella estaba
disfrutando al ver que estaba hablando con un presunto escritor. Para mí, era
también un encuentro especial. Era la primera vez que podía hablar con un
lector de mi novela.
Aún
se comió cuatro rosquillas más antes de que nos despidiéramos.
Ella
con un tono casi temeroso me preguntó:
--¿Va
usted a volver mañana?.
--La
esperaré a estas horas en esta misma mesa. ¿quiere?
Desde
entonces Ana y yo, fuimos grandes amigos.
TRISTÁN
OLMEDO
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