sábado, 20 de junio de 2015

¿PUNTO Y FINAL?



¿PUNTO Y FINAL? 
  
Hay vidas tan intensas que se desbordan y 
fluyen por el cauce de otras vidas 
para poder, así, cumplir con su destino. 
(Marta Cornejo)       
  
  
CAPÍTULO I 

EL HIPNOTERAPEUTA 
Autora: María Jesús Ortega    
  
Lucía se despertó. Un hilo de luz en su habitación acabó con las tinieblas que esa noche habían invadido la alcoba, y esa oscuridad le dio paz y tranquilidad, la dejó dormir. Se desperezó unos segundos. Abrió los visillos, la ventana, y salió. 
    Llevaba con ella un pequeño diario, donde anotaba si había tenido o no el sueño recurrente que la agobiaba desde hacía muchas noches. Ese día tocaba poner, afortunadamente, que no. No vio la vieja casona rodeada de camelias con las dos  añejas palmeras que la  custodiaban y que, cimbreándose con el viento, parecían quebrarse. No vio la hojarasca de alrededor ni vio el gran aljibe de atrás,  no vio ni el sol ni la lluvia que a veces inundaba la casa. Se encontraba más tranquila,  pero tenía que ir con su diario y su historia a un hipnoterapeuta. Sería un segundo intento, porque primero había visitado a un psicólogo que le recomendó leer mucho, pasear, ir a teatros y cines, y viajar para distraerse y alejarse de su soledad con alguna compañía. Le sugirió también la posibilidad de visitar a su hijo en AustraliaPero ninguna de estas opciones le resolvían el problemaLo que realmente deseaba era saber el origen de esos sueños que acudían a ella una y otra vez. 

 Lucía, camino del hipnoterapeuta recomendado por su amiga Berta, pensó en su hijo Diego. Cuando vino al mundo, lo consideró un regalo del cielo. Ya entonces las cosas iban mal con su esposo, con el que llevaba diez años casada. Repetidos pequeños detalles le habían hecho sospechar de su infidelidad. 
Su temperamento serio y disciplinado le hizo ser una impecable emprendedora, de lucha diaria y responsable, por lo que a su hijo, ahora australiano de adopción, nunca le faltó nada. A Lucía le había entusiasmado la idea del psicólogo de visitar a su hijo; las veintitrés horas a Melbourne valían la pena. La ciudad le atraía y la idea de abrazar a su hijo y verle en persona, no por Skype, la llenaban de alegría y emoción. Pero su amiga Berta había dado en el clavo, poniéndola en el camino correcto. Su hijo, Melbourne y los bellos ópalos que seleccionaba Diego en su negocio, tendrían que esperar a mejor ocasión. 
Paseaba por la Avenida de Salamanca y ya estaba llegando a los aledaños del estadio “José Zorrilla”, donde tenía la consulta el hipnólogo, Jorge Durán. Estaba tranquila, sabía que esta visita podría ser trascendental y confiaba en encontrar una explicación. Ir a la consulta del terapeuta le parecía algo así como ir a la «máquina de la verdad» o tomar «el suero de la verdad», como en las novelas de Frank G. Slaughter, que tanto le habían gustado de joven, donde  el uso de barbitúricos u otras drogas vía endovenosa nunca fallaba. 

    Jorge Durán la recibió cordialmente. Hablaron de sus sueños recurrentes y de la frecuencia con que los tenía.  Lucía le mostró un cuadernillo con anotaciones y unas fotografías de los cuadros que pintaba de modo mecánico, con la vieja casona y sus dos torres. El terapeuta mostró un gran interés por sus cuadros  y le dijo que se daba cuenta de que en cada una de sus creaciones había pintado algo nuevo. A Lucía le pareció  sorprendente la capacidad de observación de su interlocutor. Ella no se había dado cuenta de ese detalle, pintaba de modo emocional y la memoria de los cuadros anteriores la perdía con el siguiente. Recordaba que en el último había esbozado un aljibe, porque había pintado la casona con una perspectiva de lado y el aljibe lo había pintado detrás. 
Durán le preguntó si tenía algún temor a que la hipnotizara y comentó que lo mejor era grabar todo lo que le aconteciera en su estado hipnótico, para poder así juzgar entre los dos y determinar qué ocurría. Después informó detalladamente a Lucía del proceso a seguir, explicándole en qué consistía la hipnosis: 
—No temas: la hipnosis es un estado de conciencia. No te vas a dormir. Además, tu hipnosis va a ser breve y regresiva. Aunque lo que te ocurre es actual, la causa viene de mucho antes. Mi misión es relajarte para que sepamos lo que está pugnando por salir de tu subconsciente. La hipnosis es la llave para ese conocimiento. No sabemos si en tu caso tiene algo que ver el Karma de algún antepasado. Es posible que cuando no se hace algo correcto, repercuta en posteriores generaciones. El desapego y la falta de compasión de otra época actúan como una deuda que regresa, con otras características y síntomas distintos a los que tuvo quien las anidó en su día. Esta deuda puede derivar en remordimiento, fuertes dolores de cabeza, alguna enfermedad  y otras posibles anomalías. La hipnosis promueve el pensamiento positivo por una percepción extrasensorial. Después no habrá pruebas. Quedan las emociones. 
—¿Piensas que descubriremos la clave de todo? —preguntó Lucía. 
—¡Claro que sí! Ya verás como cuando veas y oigas la grabación te vas a asombrar del resultado. 
    Jorge hizo que Lucía se recostase en una camilla  y le cogió una mano, contando de modo pausado hasta tres. Le fue relajando progresivamente la mano, el brazo, la otra mano, la cabeza… En cada periodo de relajación contaba uno, dos, tres. Hasta  que le preguntó  qué veía, qué oía… Su voz era queda y persuasiva. La consulta, muy en penumbra, se prestaba a las confidencias y al misterio... 
    Lucía comenzó a agitarse, a pasar las manos por su frente y su cabeza y a decir, con otra voz, que no dejaría nunca ni a su hijo ni al amor de su vida. Se retorcía en la camilla como si estuviera viendo visiones. Representaba también una voz más gutural, la del padre de la anterior voz no identificada,  que le gritaba y le decía que no tenía derecho a hacer lo que quisiera, que su destino era obedecerle. La hija —a la que Lucía ponía voz—  ante tanta contrariedad, gritaba y gritaba, repitiendo las palabras «¡No, no!», «¡Nunca, nunca, no tiene usted derecho!». Se volvió a agitar y el hipnólogo dio una palmada para que Lucía volviera del éxtasis. 
     
—Tanta sensación al mismo tiempo me ha dejado exhausta… Nunca imaginé que pudiera pasar esto. 
—¿No recuerdas nada? 
—No. Me encuentro físicamente agotada, pero creo que mi mente está más tranquila que cuando empezamos. Siento que ya ha pasado lo que tenía que pasar. Ahora, cuando pongas la grabación, ¿sabré si lo recuerdo? 
—Seguro que te sentirás mucho mejor y comprobarás que no era ficticio nada de lo que sentías y posteriormente hacías. 
Jorge puso la grabación, cuando se hubo cerciorado de que Lucía estaba ya mejor: 
    Lucía no se reconoció y, extrañada por esas voces que salían de su garganta, preguntó: 
    —¿«Quiénes» son esas voces? 
    —La voz femenina es de alguna antepasada tuya y todo indica que la otra pertenece a su padre. 
    —Parecería trucado si no lo hubieras grabado completo. 
—Debes preguntar a tus padres por los suyos y por sus abuelos. Debes indagar en tu procedencia genealógica. Te lo están pidiendo por alguna razón que desconocemos todavía, pero que es evidente. Cuando sepas el lugar de nacimiento de los progenitores de tus padres, quizá puedas ubicar  la vieja casona, y sobre todo, podrás comprender el porqué de tus sueños y los motivos y sensaciones paranormales que tanto te atormentan. Me gustaría hacer el seguimiento formal de los futuros acontecimientos, aunque sé que vas a estar muy ocupada haciendo las investigaciones pertinentes. 
—Preguntaré a mi madre y después procuraré empezar por donde ella termine, ya que espero que me dé alguna pista. Intentaré mantenerte informado. 
  
Lucía empezó a tener pensamientos contradictorios: por un lado quería desentrañar el misterio que tanto le molestaba y no la dejaba en paz, pero por otro, sentía que podía perjudicarse de algún modo. En primer lugar, se terminaría su vida más o menos apacible, pues tendría que ir de un lado a otro indagando y, quizá, pasando malos momentos. Su reputación de mujer equilibrada podía cambiar, pues, ¿cómo iba a comenzar la indagación?, ¿diciendo  la verdad? ¿Se inventaría algo distinto para que no la tomaran por chalada? Podía llevarse alguna sorpresa desagradable, porque por «esos mundos» no hay, a veces, nada bueno. 
    Preguntaría a su madre, que siempre había sido reacia a hablar de su familia. Tenía la impresión de que había algo que no le gustaba recordar, como si le costara hablar de algún suceso del pasado que hubiese preferido que no existiera. ¿Un secreto? Sí, así debía de ser, porque cuando algo  no lo sabían ni  los de la propia familia,  era porque debía tratarse de un gran secreto. Pero sí, estaba decidida, después de preguntar a su madre, se entrevistaría con su amiga Berta. Ella era muy decidida. Con Berta lo real parecía irreal y lo irreal, real, porque tenía poderes para cambiar lo malo en bueno. «¡Cuánto me ayudó con el problema de mi marido, y cuánto también en la tienda de antigüedades! Es muy decidida y como ama la aventura, casi, casi, le voy a hacer un favor» —pensó Lucía. 
  
Lucía no encontró a su madre reticente, antes al contrario, fue derecha al grano y le contó quién había sido su padre y toda su historia. El padre de su madre, o sea el abuelo de Lucía, hablaba poco de sí mismo, pero era un hombre de mucho carácter. Su idea de la justicia  había hecho que educara a sus hijos con una rectitud que no transigía el más leve desliz. Era muy exigente y con un dogmatismo en  sus ideas, que le hacían ser inflexible en todo lo que decía y hacía. 
Su madre sabía que en su juventud había estado metido en algo de política, pero no porque él lo manifestara, sino porque su modo de hablar era tan firme y tan vehemente a la vez,  que su padre le recordaba a Castelar, porque su discurso siempre convencía. 

    Lucía tenía que buscar a Berta, con su madre solo había conseguido averiguar algo que desconocía hasta ese momento: que su abuelo había nacido en La Alberca. Tendrían que marchar a Salamanca, su amiga y ella, para empezar las pesquisas. Cerraría por vacaciones el negocio de decoración y estaría un tiempo sin pintar sus cuadros. Se llevaría las fotografías de su casona, en las distintas perspectivas a las que, hasta entonces, había llegado su obsesiva inspiración. 

    Berta no se hizo esperar; el soleado día de Valladolid se fundió con las sonrisas y la alegría de las dos amigas, cuando se encontraron en el Bar-Restaurante del Olid-Meliá. Antes de llegar a la Plaza de San Miguel, Lucía se preguntaba si a Berta le vendría bien hacer ese viaje porque, aunque estaba segura de su respuesta afirmativa, los impedimentos laborales podían ser muchos, ya que ocupaba un lugar importante como cronista-fotógrafa en un periódico de Valladolid. Lucía recordó la solidaridad que siempre le había mostrado su «amiga del alma» Berta, y el apoyo y buenos consejos a pesar  de parecer, a veces, una cabecita loca… 
Si no viniese Berta, tendría que ir sola. Lucía recordó la sentencia de Jorge Durán, el hipnólogo: «Hasta que no desentrañes el misterio, no cesarán tus  pesadillas». Esta frase en vez de asustarla, la tranquilizó. Vivir tranquila y feliz, sin ninguna obsesión que la atara a nada ni a nadie, aunque fuese inconsciente,  era tan importante como respirar. No podía perder la esperanza de encontrar la verdad y, con el apoyo de alguien querido, esa esperanza tendría más fuerza. 
    En el transcurso de tiempo en que tomaron dos refrescos, marcaron las pautas del viaje. A Berta le debían muchas horas, que traducidas en días, consideró que serían  suficientes, al menos para iniciar una primera investigación, y con un mapa de carreteras en la mano, y el navegador,  ya se veían alternándose en los avatares de conducir el monovolumen de Berta, para hacer más llevadero el viaje. 
  Primer capítulo de la novela corta ¿Punto y final? escrita por: 
Carmen Amores
Aurora Asensi Juan
Marta Cornejo Gallego
José Mª García García
Mª Jesús Ortega Torres
Este primer capítulo me correspondió hacerlo a mí, e iré  ofreciendo por capítulos, los correspondientes a mis compañeros del curso de escritura creativa, que hicimos conjuntamente, dirigido por Mariano Catoni, y que terminamos a principio de Junio. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario