domingo, 2 de agosto de 2015

EL PAZO (Capítulo V de la novela ¿Punto y final?)

                                  


                                      CAPÍTULO V

EL PAZO
Autora: Aurora Asensi


Lo que tantas veces le había parecido irreal... ahora estaba ahí, frente a ella. Ya no era un sueño...
Pedro, cogiéndola suavemente por los hombros, dijo:
—Tranquila, todo irá bien. Estoy contigo.

Berta había decidido quedarse bajo el porche de una parada de autobús cercana. «Estáis un poco locos. Os vais a empapar. ¿Por qué no esperamos a que escampe?» —pensaba.
Juntos inspeccionaron la valla buscando un hueco, un resquicio por donde penetrar al jardín y, sin dificultad, lo consiguieron dado el estado en que se encontraba.


«Todo está ahí... Es increíble» —pensó Lucía. Sintió vértigo frente a la fachada que tantas veces había sido un anuncio de lo incomprendido.
El cielo se cerró y la cortina de lluvia los envolvió pero a ella nada parecía importarle. Como hipnotizada, se dirigió a los escalones que daban paso a la entrada. Agarró el pomo de la puerta que tantas veces había visto, pero esta no cedió. Pedro, que había ido tras Lucía, cogió sus manos heladas, pero ella no parecía sentirlo, empapada como estaba de lluvia y lágrimas. El cielo se incendió por momentos, y se escucharon estampidos atronadores. Pedro la llevó con firmeza hacia un lateral de la casa, bajo una techumbre. Justo allí había una ventana carcomida y de un empujón consiguió abrirla. Lucía, poseída por una atracción incontrolable, entró. En el interior el aire era denso. Aunque todavía era de día, el amplio salón en el que se encontraban estaba envuelto por una neblina que hacía aún más enigmática la
escena. De las paredes enmohecidas colgaban varios cuadros representando paisajes y algún retrato.
Ella avanzó con los brazos extendidos, como sonámbula, arrastrada por una voluntad ajena a la suya, mientras de sus labios se escapaban palabras ininteligibles. Él la miró con fascinación y algo asustado, pero no quiso interferir, presintiendo que algo fuera de toda lógica iba a ocurrir. Lucía fue directamente hacia uno de los cuadros, puso sus manos sobre él y un espasmo agitó todo su cuerpo. Pedro la sujetó cuando empezaba a desplomarse y, a pesar de la semioscuridad reinante, pudo contemplar, con asombro, el retrato de una mujer de enorme parecido a Lucía, o más bien a una Lucía en su primera juventud.
Pedro arrancó el cuadro de las manos de Lucía y la sacó de allí, aquella estancia era demasiado turbadora. Una vez fuera de la casa, bajo el techado junto a la ventana, Lucía preguntó a Pedro si había visto lo mismo que ella. Él asintió con la cabeza y la abrazó con fuerza.
Serían las seis de la tarde cuando un fuerte vendaval se levantó y la hojarasca barrida dejó al descubierto, muy cerca de ellos, dos lápidas. Sin importarles el aguacero, se pusieron de rodillas junto a ellas y con las manos descubrieron las inscripciones. En una se leía: «Blanca Borrajo Llanes (1875-1921)»; en la otra, «Julian Borrajo Paredes (1848-1936)».
Pedro se levantó, alejándose unos metros. Recordó entonces el apellido casi ilegible del libro del hospicio que le había enseñado Lucía. Ella permanecía absorta, en el suelo cuando, repentinamente, una luz cegadora y un estampido atronador la envolvieron. Un rayo había caído destruyendo el torreón que aún quedaba en pie y una de sus ramificaciones alcanzó la tumba del hombre, junto a la que estaba Lucía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario