domingo, 26 de julio de 2015

LA RUTA DE LAS CAMELIAS (Capítulo IV de la novela corta ¿Punto y final?)




                 CAPÍTULO IV

LA RUTA DE LAS CAMELIAS
Autora: Marta Cornejo


    Al fin se encontraban cerca de Betanzos. El día era lluvioso y gris. A veces el limpiaparabrisas no daba abasto para la cantidad de lluvia que caía. Otras veces, la lluvia amainaba y parecía que las pequeñas gotas quisieran convertirse en copos de nieve. El estado de ánimo de Lucía estaba en consonancia con el tiempo. Berta la animaba:
—Vamos, Lucía, ya verás como en Betanzos descubrimos algo interesante. Bueno, tengo la corazonada de que lo que encontraremos será más que interesante. Seguro que allí está la clave de todo.
—No sé, Berta. Es todo muy complicado, ya no sé qué pensar.
—Piensa que estamos a punto de llegar y que vamos a premiarnos con una buena cena.
El móvil de Lucía sonó en ese momento.
—Es Pedro —Lucía vio su nombre en la pantalla del teléfono—. Hola, Pedro —la voz de Lucía sonó más animada que hacía unos instantes—. ¿Vienes mañana a Betanzos?... Estupendo.
La cara de Lucía se iluminó y a Berta no le pasó desapercibido. Después de una corta conversación con Pedro, Lucía se dirigió a su amiga.:
—Dice Pedro que mañana a mediodía se nos une, que nos echa de menos y que le ha pillado el gustillo a ser investigador.
—¡Vaya!, seguro que te echa de menos a ti más que a mí —Berta le guiñó un ojo a su amiga, apartando un momento la vista de la carretera.
—Venga, Berta, no empieces. Pedro me cae muy bien, y a ti también, ¿no?
—Sí, sí, a mí también. Pero creo que a ti te gusta bastante. ¿O me equivoco?
—Pues sí, Berta, me gusta, pero no tengo ánimo ni disposición para pensar en nada más allá de una amistad. Ahora mismo solo hay una cosa que me preocupa: encontrar el origen de lo que me está pasando, de mis sueños y mis pesadillas.
—Vale, vale, está claro. Pero Pedro no está nada mal, yo me lo pensaría…
—Déjalo ya, Berta. ¡Mira, ahí está la salida a Betanzos!
Berta se desvió a la derecha, siguiendo la indicación. La lluvia había cesado y las nubes empezaban a ser menos densas.
Cuando llegaron a la plaza, aparcaron cerca de unos soportales donde se encontraba la oficina de Turismo. Entraron y pidieron información de la zona. Después de recomendarles un par de hostales, les informaron sobre “La ruta de las camelias”, un recorrido por diferentes pazos de los alrededores, todos ellos con magníficos jardines.
Estaban agotadas, pero unos tímidos rayos de sol aparecieron entre las nubes, lo que animó a las amigas y, sobre todo, a Lucía, quien había parecido revivir con la noticia de que Pedro se les uniría al día siguiente.
Por la mañana, Lucía y Berta recorrieron varios pazos que estaban indicados en el folleto de Turismo. Ninguno era la casa soñada por Lucía. En uno de ellos entablaron conversación con uno de los jardineros y le preguntaron si no había otros pazos o casonas señoriales en los alrededores. El jardinero les contó que la ruta
turística incluía solo los que estaban restaurados y eran visitables, pero que había, al menos, tres pazos más que permanecían abandonados, por eso no se citaban en el folleto.
Las dos amigas decidieron buscar esos pazos por la tarde, ya con Pedro, que se les uniría para comer. Habían quedado en la plaza, donde se encontraban varios restaurantes y tascas típicas.
Pedro y Lucía se alegraron de verse, y eso que solo habían estado separados cinco días. La comida fue animada, pues Pedro venía con ánimos renovados y contagió a las dos mujeres su optimismo.
—Ya veréis como esta tarde encontramos algo —les aseguró.
Se dirigieron a los dos primeros pazos, que estaban muy cerca de la salida a la carretera de La Coruña. Ambos estaban bastante abandonados, pero su sólida estructura se mantenía totalmente en pie. Ninguno de los dos le resultó familiar a Lucía.
Al llegar al último pazo, el pazo de Láncar, en Bergondo, una pequeña aldea junto a Betanzos, aparcaron el coche junto a un muro del que sobresalían enormes árboles de ramaje salvaje y descuidado. Decidieron bordear el muro para buscar una puerta o algún tipo de entrada a lo que supusieron debía de ser una gran casa en medio de una especie de selva enmarañada. El cielo estaba plomizo y empezaban a caer gruesas gotas de lluvia, mientras se dejaba sentir algún trueno. Comenzó a llover fuertemente mientras los tres amigos intentaban refugiarse bajo las ramas, pero la lluvia arreciaba y Berta decidió buscar refugio en algún sitio.
—¡Nos estamos empapando, vamos a algún sitio a resguardarnos y cuando pare de llover, volvemos! —Berta salió corriendo, al tiempo que animaba a Lucía y Pedro a seguirla.
Pero Lucía se había quedado inmóvil: mirando por un boquete del muro, había visto la fachada que tantas veces había aparecido en sus sueños, la fachada flanqueada por dos altísimas palmeras…, la escalinata…, los dos torreones, uno de ellos semiderruido…, las paredes desconchadas, las desvencijadas contraventanas verdes...

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