miércoles, 21 de agosto de 2013

LA POLÍTICA (Desde dentro)








  LA POLÍTICA
(“Desde dentro”)

Hojas de ensayo

        La política es un acto de amor…
Pienso que es, o debería ser un acto de amor, porque el político, ofrece o debería ofrecer al pueblo que le ha elegido votándole, lo mejor que tiene, ésto es: su trabajo, pensamientos, voluntad y buen hacer, a favor de quienes le hemos depositado una confianza esperanzadora.
        Por eso, siempre que se haga desde el corazón, la política, es un evento de amor. Creo que  es un acto muy difícil, porque al corazón, ese músculo físico y de sentimientos, lo rodean otras vísceras, otros músculos, y también el cerebro…, esa parte superior del encéfalo, que, como centro nervioso y también, creo, centro espiritual y morada de sensaciones y recuerdos, nos manda, conduce y lleva, pero…, subordinando, a veces lo que debemos hacer, a nuestros sentimientos e intereses particulares, tomando como sinónimo de estos intereses particulares, una  sola palabra:  ambición.
        Lamentablemente, la ambición siempre va unida al poder y el poder, va unido, también, a la ambición, cuyo orden, como en la propiedad conmutativa de la multiplicación, no altera el producto…, solo el producto se alterará, por los montos de ambición y poder, que , con el tiempo, podamos identificar en quienes hayamos elegido, o hayan elegido otros conciudadanos.
        La ambición, es un “pecado capital” necesario, sin cuya motivación, el mundo se pararía, no avanzaría. Esta reflexión no es mía. Cito a Fernando Díaz Plaja, como autor de la misma, cuando en su ensayo, sobre los siete pecados capitales, nos dice, que todos son necesarios, pero…, nos hace observar, que para todos estos pecados,  hay un grado, una medida que haga asequible la vida de quien los sufre, y la de quienes les rodean, o rodeamos…
          Estaba yo, recién salida de la adolescencia, cuando, investigando en la biblioteca de uno de mis queridos y admirados profesores, Alberto Escámez López (profesor de música…, no el economista), encontré el ensayo: “Los siete pecados capitales”, que había escrito Fernando Díaz Plaja y, como me interesó mucho el tema, lo leí, con verdadera avidez y gusto, pareciéndome el autor, un señor muy sabio y con mucho sentido común…
        Ante la corrupción, a la que no nos acostumbra la ambición de los otros, pienso y digo en mis modestas tertulias familiares y también con algún conocido, que estamos, de nuevo, en la era faraónica de los egipcios de a. de Cristo. Yo defino a esta  ambición actual, con el apelativo de el “síndrome del faraón”, porque quienes tratan y consiguen acumular tanta riqueza, hacen como los faraones, se lo llevan todo, para no pasar ningún apuro cuando vuelvan a reencarnarse, y no acostumbrados a las privaciones materiales, poder vivir con toda su pompa, como hacían los faraones, que se mofaban y abusaban, consciente o inconscientemente de la ignorancia y tolerancia de quienes les rodeaban, y a quienes, si no eran de una belleza física extraordinaria o de una inteligencia que no les molestara, trataban con desprecio y como esclavos.
        Siempre me gustaron los filósofos. En primer lugar porque pensaban y después, porque querían poner en práctica sus conclusiones, que consideraban necesarias para la mejora de la  sociedad. A nadie se le ocurría, semejantes “desmanes”, como por ejemplo que fuésemos autónomos en nuestros pensamientos y sin negar la lógica en los mismos, nos alejáramos, como personas de la conducta de los animales que, domesticados, forman rebaños.  La mayoría de los filósofos, fueron geniales y muy dignos de atención, aunque hubo quien a alguno, tacharan de loco y fuera de la ley…
        La historia, y el tiempo, que ponen las cosas en su sitio, nos ayudan a analizar las circunstancias de gobiernos totalitarios y los ajustes represivos que ejercían contra quienes se atrevían a pensar y manifestarse de modo distinto, y, que sin aplicar la ley y menos la justicia que por todos los medios,  solo practicaban a su modo, estaban muy lejos de una verdadera democracia.
        Como la historia se repite..., y se repite, pues al parecer, no hemos evolucionado como nos merecemos, en nuestro papel de personas, y además vivimos en un tiempo en que la ley no es aplicada con la premura que quisiéramos..., volviendo al pasado, el ejemplo de Sócrates ( 469 a. C.-- 399 a. C.), que en su lecho de muerte, solo pensaba en devolverle a  Esculapio el gallo que le debía… (posiblemente como ofrenda), su honradez y su firme sentido del deber, que le llevó a ser condenado a muerte por enseñar a los jóvenes, a pensar y no ser manipulados, nos alientan a participar con nuestros medios, escasos pero entusiastas, en la tarea de que seamos cada vez mejores, y que empezando por nosotros mismos, nuestro ejemplo sea transmitido y desarrollado.

Santurde de Rioja 7 /08/2013
Mª Jesús Ortega Torres
       

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