LA
POLÍTICA
(“Desde
dentro”)
Hojas de ensayo
La
política es un acto de amor…
Pienso
que es, o debería ser un acto de amor, porque el político, ofrece o debería
ofrecer al pueblo que le ha elegido votándole, lo mejor que tiene, ésto es: su
trabajo, pensamientos, voluntad y buen hacer, a favor de quienes le hemos
depositado una confianza esperanzadora.
Por
eso, siempre que se haga desde el corazón, la política, es un evento de amor.
Creo que es un acto muy difícil, porque
al corazón, ese músculo físico y de sentimientos, lo rodean otras vísceras, otros
músculos, y también el cerebro…, esa parte superior del encéfalo, que, como
centro nervioso y también, creo, centro espiritual y morada de sensaciones y
recuerdos, nos manda, conduce y lleva, pero…, subordinando, a veces lo que
debemos hacer, a nuestros sentimientos e intereses particulares, tomando
como sinónimo de estos intereses particulares, una sola palabra: ambición.
Lamentablemente,
la ambición siempre va unida al poder y el poder, va unido, también, a la
ambición, cuyo orden, como en la propiedad conmutativa de la multiplicación, no
altera el producto…, solo el producto se alterará, por los montos de ambición y
poder, que , con el tiempo, podamos identificar en quienes hayamos elegido, o
hayan elegido otros conciudadanos.
La ambición, es un “pecado capital”
necesario, sin cuya motivación, el mundo se pararía, no avanzaría. Esta
reflexión no es mía. Cito a Fernando Díaz Plaja, como autor de la misma, cuando
en su ensayo, sobre los siete pecados capitales, nos dice, que todos son
necesarios, pero…, nos hace observar, que para todos estos pecados, hay un grado, una medida que haga asequible
la vida de quien los sufre, y la de quienes les rodean, o rodeamos…
Estaba yo, recién salida de la adolescencia, cuando, investigando en la
biblioteca de uno de mis queridos y admirados profesores, Alberto Escámez López
(profesor de música…, no el economista), encontré el ensayo: “Los siete pecados
capitales”, que había escrito Fernando Díaz Plaja y, como me interesó mucho el
tema, lo leí, con verdadera avidez y gusto, pareciéndome el autor, un señor muy
sabio y con mucho sentido común…
Ante la corrupción, a la que no nos
acostumbra la ambición de los otros, pienso y digo en mis modestas tertulias
familiares y también con algún conocido, que estamos, de nuevo, en la era
faraónica de los egipcios de a. de Cristo. Yo defino a esta ambición actual, con el apelativo de el
“síndrome del faraón”, porque quienes tratan y consiguen acumular tanta
riqueza, hacen como los faraones, se lo llevan todo, para no pasar ningún apuro
cuando vuelvan a reencarnarse, y no acostumbrados a las privaciones materiales,
poder vivir con toda su pompa, como hacían los faraones, que se mofaban y
abusaban, consciente o inconscientemente de la ignorancia y tolerancia de quienes les
rodeaban, y a quienes, si no eran de una belleza física extraordinaria o de una
inteligencia que no les molestara, trataban con desprecio y como esclavos.
Siempre me gustaron los filósofos. En
primer lugar porque pensaban y después, porque querían poner en práctica sus
conclusiones, que consideraban necesarias para la mejora de la sociedad. A nadie se le ocurría, semejantes
“desmanes”, como por ejemplo que fuésemos autónomos en nuestros pensamientos y
sin negar la lógica en los mismos, nos alejáramos, como personas de la conducta
de los animales que, domesticados, forman rebaños. La mayoría de los filósofos, fueron geniales
y muy dignos de atención, aunque hubo quien a alguno, tacharan de loco y fuera
de la ley…
La historia, y el tiempo, que ponen las
cosas en su sitio, nos ayudan a analizar las circunstancias de gobiernos totalitarios
y los ajustes represivos que ejercían contra quienes se atrevían a pensar y
manifestarse de modo distinto, y, que sin aplicar la ley y menos la justicia que
por todos los medios, solo practicaban a
su modo, estaban muy lejos de una verdadera democracia.
Como
la historia se repite..., y se repite, pues al parecer, no hemos evolucionado como nos merecemos, en nuestro papel de personas, y además vivimos en un tiempo en que la ley no es aplicada con
la premura que quisiéramos..., volviendo al pasado, el ejemplo de Sócrates ( 469
a. C.-- 399 a. C.), que en su lecho de muerte, solo pensaba en devolverle a Esculapio el gallo que le debía… (posiblemente como ofrenda), su honradez
y su firme sentido del deber, que le llevó a ser condenado a muerte por enseñar
a los jóvenes, a pensar y no ser manipulados, nos alientan a participar con
nuestros medios, escasos pero entusiastas, en la tarea de que seamos cada vez
mejores, y que empezando por nosotros mismos, nuestro ejemplo sea transmitido y
desarrollado.
Santurde de Rioja 7 /08/2013
Mª Jesús Ortega Torres
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